Del terror a la rabia

H. JIMÉNEZ
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Solo 10 días después de la liberación de Ortega Lara, ETA secuestró y mató a Miguel Ángel Blanco. La sociedad burgalesa, muy sensibilizada con el sufrimiento, respondió en la calle de forma unánime y firme contra los asesinos y su brazo político

Concentración masiva en la Plaza Mayor de Burgos contra los asesinos y su brazo político. - Foto: Patricia

«Recordando los tristes días en los que José Antonio Ortega Lara permaneció secuestrado por ETA, más de 5.000 burgaleses volvieron ayer a concentrarse de forma silenciosa en la Plaza Mayor para reclamar la libertad de un nuevo secuestrado, el concejal del Ayuntamiento de Ermua (Vizcaya) Miguel Ángel Blanco. Frente a ellos, la fachada del Ayuntamiento de Burgos volvió a lucir de nuevo, once días después de que fuese retirado, un lazo azul».

Aquel lazo, el símbolo de la esperanza del pueblo burgalés, tuvo que regresar de forma precipitada, triste y rodeada de indignación al balcón de la Casa Consistorial el 11 de julio del año 1997. Hace ahora 25 años, cuando la ciudad aún se recuperaba de la alegría por el fin del encierro de Ortega Lara, llegó otro palo terrible. Habían visto regresar del zulo a un ser humano desnutrido y desorientado, casi como un fantasma, pero vivo al fin y al cabo. Y de repente, como toda España, supo que los terroristas se habían cobrado su venganza más cruel: una sentencia de muerte anunciada con 48 horas de antelación si el Estado no se plegaba a sus exigencias.

Burgos era una ciudad con las emociones a flor de piel y la noticia cayó como un mazazo para la moral de sus vecinos. Todo el mundo reaccionó de forma visceral y la forma de canalizarla fueron las concentraciones. Hasta cuatro días consecutivos se llenó la Plaza Mayor de la capital, primero para reclamar la libertad de Miguel Ángel, después para llorar su muerte y finalmente para clamar no solo contra ETA, sino también contra su brazo político, Herri Batasuna.

Se juntaron primero 7.000, luego 10.000 y finalmente 15.000 personas. Fueron los días de las manos blancas, del grito ensordecedor del «¡Basta ya!», del «vascos sí, ETA no», del «ETA, escucha, aquí tienes mi nuca» y sobre todo del «asesinos, asesinos» que atronaba en todos los rincones del país para dejar claro a los criminales que la democracia era más fuerte y que tendrían que matar a miles de personas para doblegar a una ciudadanía herida. 

Al balcón de la Plaza Mayor volvió a salir Dolores del Castillo, presidenta y portavoz de la Plataforma por la Paz durante las manifestaciones por la libertad de Ortega Lara. El entonces alcalde, Valentín Niño, denunció el «chantaje apremiante que los secuestradores hacen al Gobierno de la Nación y a toda la sociedad española, sobre la vida de un ciudadano cuyo único delito es el de ser legítimo representante político de los vecinos de un pueblo vasco».

La única diferencia con los actos que marcaron los 532 días de cautiverio de Ortega Lara fueron las pancartas. «Si antes las portaban los funcionarios de prisiones -muchos de ellos también presentes en la Plaza Mayor- ayer fueron integrantes de Nuevas Generaciones del PP, partido al que pertenece el concejal secuestrado», decía la crónica en Diario de Burgos. En efecto, los responsables populares tuvieron que coger el testigo de las víctimas más directas, aunque en realidad lo era toda la sociedad. Cualquier español se sintió al mismo tiempo amenazado e indignado aquellos días. El pueblo lo demostró más que nunca, y todos los que lo vivieron en primera persona coinciden en que el trágico desenlace fue el principio del fin de la lacra etarra.

En toda la provincia. Las concentraciones de la capital fueron las más numerosas, pero infinidad de ayuntamientos de la provincia sacaron también de nuevo aquel lazo azul, que pronto se convertiría en negro. Y en todos los lugares se gritaba lo mismo, cánticos de esperanza o de indignación intercalados con expresiones de dolor y rabia como nunca se habían visto en las manifestaciones populares contra el te