«El secuestro fue un chantaje al Estado apoyado por el PNV»

I.E.
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ENTREVISTA | El exministro Jaime Mayor Oreja fue la cara visible en la lucha contra ETA en la primera legislatura del Gobierno de Aznar. La liberación de Ortega Lara y la tregua de la banda -de la que nunca se fio-, fueron sus dos grandes triunfos

Jaime Mayor Oreja, exministro del Interior. - Foto: DB

Jaime Mayor Oreja saltó a la primera línea de la política nacional en 1996. Un año antes, se impuso en las elecciones a la alcaldía de San Sebastián, aunque no llegó alcanzar una mayoría suficiente para ser primer edil donostiarra. José María Aznar lo fichó para su primer gabinete tras ganar las elecciones.

Cuando usted asume la cartera de Interior Ortega Lara lleva ya más de 6 meses secuestrado. ¿Cuáles son las primeras noticias que le dan los mandos policiales sobre el caso?
Hubo muchas pistas falsas, muchas informaciones que decían dónde estaba secuestrado y que no eran ciertas. Hubo mucha confusión. Pero en el mes de enero de 1997, medio año antes de la liberación, se presentó en mi despacho el secretario de Estado de Seguridad, Ricardo Martín Fluxá, y el general jefe de Información de la Guardia Civil, Pedro Muñoz. Éste me dijo que había una pista, que creían que era sólida, respecto a la localización de Ortega Lara. Desde esa fecha hasta el final hubo otras informaciones pero la verdad es que la siguiente reunión que tuve con el general Muñoz fue el 30 de junio de 1997, para decirme que aquella pista inicial se había transformado en una certeza con casi un noventa y tantos por ciento de posibilidades de que fuera el lugar donde estaba secuestrado Ortega Lara, Mondragón. 

¿Aquella pista era la buena?
Lo digo porque no tuve más información entre enero de 1997 y el 30 de junio de 1997, la víspera de la liberación, cuando la Guardia Civil me pidió autorización para acometer el desenlace de una operación que duraba medio año y que había que judicializar. Había que advertir al juez, que era Baltasar Garzón -quien estaba de guardia-, para hacer el traslado de las fuerzas de seguridad, junto al propio magistrado, para poner en marcha el operativo policial correspondiente, cosa que se produjo ese mismo día. Lo pongo de manifiesto para decir que hubo un trabajo muy perseverante y tenaz, desde el día que una persona entregó a otra un papel a partir del cual, de alguna manera, se hizo un seguimiento y se pudo localizar el lugar donde tenían secuestrado a Ortega Lara. 

¿Aquel papel en que se podía leer BOL?
No, esa es una anotación mía que yo hago el 30 de junio, después de reunirme con Martín Fluxá y el general Pedro Muñoz. Se refería a la Operación BOL, bautizada como Operación Bolinaga, quien era el elemento principal de la operación.  

La reacción social nos dijo que estábamos en la buena línea, en la de la firmeza contra ETA, sin diálogo ni negociación» 

Ha hablado de operación tenaz y perseverante, pero también discreta, porque ni usted, que era ministro del Interior, tiene ninguna información sobre sus avances en seis meses.
Como debe ser. Las fuerzas de seguridad del Estado tienen que regirse siempre por el criterio de confidencialidad y de discreción. Lo que tenemos que hacer los políticos es respetar el trabajo profesional de las fuerzas de seguridad. No tenemos que alentar, precipitar, retrasar por conveniencia política una u otra operación. Nunca lo he hecho. Y el de Ortega Lara fue un ejemplo, en el que la Guardia Civil determinó los plazos policiales útiles para que se pudiera confirmar que aquella bolsa de basura que veían llena algunos días junto a una nave abandonada de Mondragón era donde tenían secuestrado a Ortega Lara. Para eso necesitaron un tiempo policial que nunca coincide con el tiempo político.

¿Qué recuerda de la noche y la madrugada de la operación? Porque pocas horas antes ETA liberaba a Cosme Delclaux, quien se sospechaba que pudiera estar raptado cerca de Ortega Lara.
Fue una coincidencia, el azar. El operativo policial, con el juez Garzón a la cabeza, salió hacia Mondragón pero las entradas y registros a las casas de los miembros del comando que tenía secuestrado a Ortega Lara se retrasa porque el último etarra llega tarde a su casa, porque tenía una celebración. Hasta que no estuvieran todos en sus domicilios no podía explotar la operación, pues se corría el riesgo de que alguno hubiera escapado. Al final, fue sobre las 2 de la madrugada del 1 de julio, cuando damos la autorización para iniciar la operación. Al cabo de una hora recibí una llamada telefónica de Atutxa, consejero de Interior del Gobierno vasco. Me da la enhorabuena y me felicita, pero no entendía nada, porque no sabía que se refería a que se había localizado a Delclaux. Pero yo me quedé sobrecogido porque pensé que se refería a nuestra operación, de la que yo no había comentado nada con Atutxa. De modo que éste se quedó también extrañado de mi reacción dubitativa. Fue todo un malentendido, una coincidencia, que me dejó desconcertado. Yo ya tenía mucha adrenalina dentro del cuerpo, que aumentó con la llamada de Atutxa. Y en la operación de Ortega Lara, pasamos horas angustiosas, porque al principio no encontraron nada. Había un noventa y tantos por ciento de posibilidades de que estuviera allí, pero era un lugar pequeño y no lo hallaban. Además, los terroristas -especialmente Bolinaga- no decían que estaba allí. Y si no llega a ser por el guardia civil que movió el artefacto sobre el que estaba la trampa de acceso al zulo pues Ortega Lara hubiera muerto, porque los etarras no hubieran podido volver allí. Lo hubieran dejado morir allí. Al final la providencia y la pericia de los guardias civiles lograron mover la máquina y encontraron a Ortega Lara.

¿Quién le llama para darle la noticia?
El secretario de Estado de Seguridad. Hay un momento de inquietud porque cundió cierto nerviosismo al no encontrar Ortega Lara. Se produjo alguna tensión, hubo dudas, porque pasaban muchas horas de operativo, pero yo les trasladé que no cejaran, que aguardaran, porque la pista de la Guardia Civil tenía muchas posibilidades de ser la buena, más de un 90%. Al final se sostuvo el cerco y se le encontró.

Ortega Lara es una referencia moral como no hay otra en España»

En los meses previos, ¿ETA verbalizó alguna petición concreta al Gobierno para liberar a Ortega Lara?
Era un chantaje al Estado. Fue aprovechado por el PNV. En el acuerdo para la investidura de Aznar no pactamos nada sobre la política antiterrorista con ellos -solo sobre cuestiones económicas-. Y llegó un momento en que yo empecé a sentir una presión muy fuerte del PNV para aceptar sus políticas antiterroristas sabiendo que Ortega Lara estaba prisionero. El PNV favoreció el chantaje. Soporté la tensión, porque, lógicamente, a parte de la famillia le incomodaba que no hiciéramos nada: no negociar, no modificar nada de la política penitenciaria. Es humano que me presionaran y yo era más el señor empecinado en no pactar nada con ETA, y el PNV fue el elemento que más presionó para que cambiara de política. 

¿Pensó en algún momento que ETA mataría a Ortega Lara?
No lo descartaba. Yo lo interpretaba en términos de chantaje. Y un chantaje puede acabar con la muerte de quien es utilizado para chantajear a alguien. Pero no contemplamos un escenario de muerte, creímos que iban a prolongar chantaje. Diferente situación fue la de Miguel Ángel Blanco, a quien mataron a cámara lenta. El chantaje, por vocación, tiende a prolongarse en el tiempo.

¿Ni en el caso de Ortega Lara ni en el de Miguel Ángel Blanco usted y su Gobierno se plantearon algún tipo de cesión para salvar sus vidas?
En el caso de Miguel Ángel Blanco no tuvimos ni un segundo de duda de que solo podíamos hacer lo que hicimos, tratar de buscar una aguja en un pajar, pero sin opción de hacer otra cosa. Con Ortega Lara, la posición del Gobierno no podía cambiar porque sería hacer irreconocible a un Gobierno que había apostado por la acción policial. Queríamos hacer nuestra política, no las que nos marcase el Gobierno vasco. Y la nuestra se basaba en la firmeza, en la fuerza del Estado de Derecho, etc. No dudamos.

Cuando en el taller entraron dudas les dije que no cejaran»

Fue con el secuestro de Ortega Lara y el asesinato de Miguel Ángel Blanco cuando la sociedad española reaccionó de verdad contra  ETA. ¿Cómo lo vivió usted? 
Hubo un antes y un después. El chantaje al Estado con Ortega Lara terminó con un sentimiento de profunda alegría entre los españoles por su liberación. La cruz vendría 12 días después, cuando asesinaron a Miguel Ángel Blanco. Se pasó de la alegría a la tragedia, del éxito al fracaso. Fue la gota que colmó el vaso, del Basta Ya, las manos blancas, el Foro de Ermua y la reacción de todos los jóvenes españoles. Habíamos tenido vacilaciones unos meses antes, cuando Ardanza nos pedía que hiciéramos algún gesto -aproximaciones de una cárcel a otra-, pero la reacción de la sociedad nos confirmó que estábamos en la buena línea: la Ley y solo la Ley, sin diálogo ni negociación ni cosas raras fuera del Estado de Derecho.

Tras la liberación, ¿de qué habló con Ortega Lara?
Ortega Lara fue ejemplar en el cautiverio y en el momento que salió del zulo. En la primera conversación con él ya me dijo: Ya les dije a los secuestradores que yo sabía que ustedes no iban a ceder. Me lo dijo en un tono de reconocimiento, de afecto, de respeto. Fuera, Ortega Lara es un ejemplo de persona con convicciones, que cada día se ha hecho mejor persona y que ahora es una referencia moral como no hay en España. Sigo manteniendo una relación permanente con él. Tuve otras anécdotas. Cuando llamé a su mujer, Domi, para informarle de que su marido había sido liberado me dijo: Yo sabía que usted era cruel pero no me imaginaba hasta qué grado. Ella debió creer que le llamaba para decirle que Delclaux ya había sido liberado. Le expliqué que era su marido el que estaba ya en Intxaurrondo y que le iba a poner un helicóptero para que fuera con él. Ahí se echó a llorar, al darse cuenta de lo que le estaba diciendo. Lo cuento como una curiosidad, como una anécdota, porque me une un gran afecto a Ortega Lara y a ella. Pero en ese momento algunos debían pensar que yo era un demonio. Pero era una reacción lógica y humana, porque en esos momentos la familia solo piensa en su ser querido y pide responsabilidades a los que tienen la obligación de protegerle.

Entonces, las palabras que le dijo Ortega Lara al salir, ¿le aliviaron, le tranquilizaron?
Sin duda. Me dio una alegría profunda aquel comentario. Fue un momento de alivio para mí. Fui a Intxaurrondo y mantuve una conversación de unos minutos con él, una conversación inolvidable. 

Me alivió cuando Ortega Lara me dijo que advirtió a sus raptores de que el Gobierno no iba a ceder»