Memorias de un día histórico

F.L.D.-I.E.
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Políticos y excargos públicos recuerdan cómo se enteraron de la noticia más esperada por la sociedad burgalesa, que vivió con angustia el secuestro de Ortega Lara. Alivio, esperanza y felicidad se mezclaron con el miedo a una posible reacción de ETA

Concentración en la Plaza Mayor tras la liberación. - Foto: Lorenzo Matías

En plenas fiestas de San Pedro, después de meses de manifestaciones donde la sociedad burgalesa -y toda España-, se unió para exigir a la banda terrorista ETA la liberación de José Antonio Ortega Lara, llegó la mejor de las noticias. En los 532 días que duró su secuestro, la ciudad mantenía el pulso entre la esperanza y la indignación. Los políticos y cargos públicos de aquellos últimos años de la década de los 90 no eran ajenos al clamor popular. Diputados, senadores, procuradores y concejales acudían con frecuencia a aquellas concentraciones multitudinarias en la Plaza Mayor cada miércoles. Vivir aquello de manera tan intensa hace imposible olvidar qué hacían cuando conocieron la noticia de su liberación. 

«Estaba allí esperándolo. Lo vi con mirada errática y de sorpresa en los ojos, ese día lloré la verdad. Luego tuvimos mucha relación», rememora Víctor Núñez, subdelegado del Gobierno en 1997, a quien le tocó vivir una época en la que los políticos tenían que tomar medidas de seguridad extremas ante la amenaza terrorista. Confiesa, de hecho, que tuvo que Yo tuve llevar pistola durante 18 años porque estaba en la lista de amenazados. Los días posteriores a la liberación fueron tensos, sobre todo en Miranda. «Había un partido unionista con País Vasco que tenía una Herrico Taberna y cuando mataron a Miguel Ángel Blanco, unos días más tarde, 500 jóvenes quisieron acudir a quemarla. Disolvimos la manifestación porque se hubiera quemado el barrio viejo», apunta. 

Núñez siempre pensó que estaba vivo. Incluso cuando llegaban informaciones contradictorias. «No les interesaba matarlo porque lo querían canjear», sostiene. De la misma opinión es el entonces senador socialista Octavio Granado, quien califica de «punto de inflexión» la liberación de Ortega Lara. «Lo que nos transmitían nuestros compañeros en el País Vasco es que en ETA no mandaba nadie. Estaban sumidos en el caos y el posterior asesinato de Miguel Ángel lo demostró. La sociedad salió aún más unida aquellos días», opina. La noticia le pilló fuera de Burgos. En la Cámara Alta, donde corrió como la pólvora. Por allí también estaba la 'popular' Mari Cruz Rodríguez Saldaña, secretaria primera de la mesa. «Lo viví de cerca porque acudía a las convocatorias del Ayuntamiento», rememora. «Somos fríos para manifestarnos y estábamos allí de noche, lloviendo. En las Cortes tratamos de impulsar muchas mociones e iniciativas a todos los niveles», añade. 

También en Madrid se encontraba Juan Carlos Aparicio que en aquel momento estaba al frente de la Secretaría de Estado de la Seguridad Social. «Me llegó una notificación de la Guardia Civil. Sin duda, fue uno de los momentos más felices de la legislatura desde el punto de vista del Gobierno porque suponía un fracaso de ETA y por su propia liberación. Creo que marcó un antes y un después en la progresiva desaparición del terrorismo en nuestro país», indica. No obstante, las crónicas de la época destacaban una emoción contenida ante una posible reacción de la banda. «No había que dejarse llevar por sentimientos extremos. Un poco lo que se pide ahora: templanza y moderación. Era previsible el contraataque violento. Intentamos evitarlo pero no pudimos», lamenta. 

«Lo sentí como una alegría y como un error al ver a una persona con aquel aspecto demacrado. Sobre todo era la confirmación absoluta del horror, de la barbarie y de la falta de entrañas de los etarras. Conecta directamente con el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Los dos hechos que generaron una convulsión en la opinión pública», interviene Juan José Laborda, también senador socialista, quien vivió aquellos años con un «componente personal» del que no ha hablado mucho, y es que muchos compañeros del partido fueron asesinados por la banda terrorista. «He llorado hasta dolerme las tripas por Fernando Buesa y otros muchos. ¿Ni perdón ni olvido? No lo sé, no tengo ganas de compartir nada con este tipo de gente, no entro en más filosofías, me sale de las entrañas». sentencia.

Para Jaime Mateu, hoy diputado del PP pero que entonces estaba fuera de la primera línea política, la liberación de Ortega Lara también tuvo un componente familiar, pues ETA había asesinado a su padre y a su hermano. Vivir los 532 días de secuestro fue para él, confiesa, « un auténtico sufrimiento». En el momento de su liberación estaba en la plaza de toros, en plena feria taurina de Sampedros. «Se paró la corrida y por megafonía anunciaron su liberación. Fue una noticia maravillosa, me abracé a mi hija al enterarme. Era una sensación de que se había terminado la pesadilla», señala.

Esa misma sensación tuvo el entonces presidente de la Junta de Castilla y León, Juan José Lucas, quien califica esos años como «una de las épocas más dramáticas de la post transición española». Recuerda, emotivo, aquellos actos masivos en la Plaza Mayor, en especial el que meses antes protagonizó el Príncipe Felipe. «Cuando íbamos en el helicóptero hacia Burgos estaba redactando su discurso. Me dijo que quería incluir un recuerdo para Ortega Lara por lo que significaba para la ciudad y para España», desvela. 

A todos los que tuvieron oportunidad de entrevistarse con José Antonio Ortega Lara los días posteriores, les impactó la imagen que presentaba el funcionario de prisiones de la cárcel de Logroño. Germán Pérez Ojeda ejercía de teniente de alcalde del Ayuntamiento de Burgos y vivió en primera persona tanto el secuestro como su ansiado final. «No sé cómo pudo resistir semejante espanto. Para mí fue un ejemplo enorme de superación». 

«Fue una mezcla de sentimientos. Primero de horror al conocer la manera en que había estado secuestrado. Pero también de alegría al enterarnos de su liberación. Una felicidad muy efímera porque a las dos semanas asesinaron a Miguel Ángel Blanco. Creo que los dos se convirtieron en un símbolo que removió las conciencias de todos los españoles», cuenta Juan Vicente Herrera, presidente del PP y portavoz del PP en las Cortes de Castilla y León. La condición de militante activo hizo que su secuestro se viviese con cercanía, resalta, pues «solía participar en comisiones de estudio», por eso «intentamos estar junto a su familia» en todo momento. 

También de manera cercana, por su condición de burgalés y por ser el director general de la Policía Nacional, vivió aquellos interminables días Ángel Olivares, al que sin embargo la noticia de su liberación le pilló en ese momento en París, fuera de la política. «Eran años dramáticos en la lucha contra el terrorismo. Hubo atentados muy significativos y cruentos y esto le añadía un motivo de preocupación a su captura», puntualiza. En esos primeros tres meses de investigaciones, ya se vio que su liberación no iba a ser fácil, confiesa: «Cuando se produce un secuestro o atentado no se descarta ninguna hipótesis, se buscan de las más probables a más improbables, no hay nada descartable de inicio. Desde el punto de vista logístico Ezcaray no se podía descartar. País Vasco o Francia era la hipótesis más plausible. Había que conservar la cabeza fría para tomar decisiones». 

Pero los 532 días de sufrimiento también se trasladaron a aquellos que, como Ortega Lara, trabajaban en las prisiones. Desde la Agrupación de los Cuerpos de la Administración de Instituciones Penitenciarias (Acaip), reconocen que entre los funcionarios se instauró el temor de correr la misma suerte que su compañero. También después, cuando muchos esperaban una reacción a su liberación. Una incertidumbre que empañó el día en el que había que celebrar.