Me encantaban las campañas electorales. Pero las de verdad, las que tenían fecha de inicio y de finalización, en las que los diferentes partidos políticos presentaban a sus candidatos, publicaban sus programas de gobierno y ponían en marcha toda su capacidad de ingenio y creatividad para elevar sus propuestas y minimizar las de sus adversarios.
Aunque no lo parezca, la próxima campaña aún está por comenzar, pues dice el calendario electoral que su fecha de inicio será el 12 de mayo y la de cierre, el 26. Mientras que la normativa que regula los comicios nos regala el 27 para que meditemos sobre el logotipo que llevará la papeleta que introduciremos en las urnas.
Me apena que, de un tiempo a esta parte, solo los días marcados como jornadas de reflexión han logrado escapar del mitin permanente en el que se ha convertido la oratoria política, eternamente en campaña, en la que lo nacional se tergiversa con lo autonómico y lo autonómico se tergiversa con lo local. En la que elector no sabe si vota pasado mañana o, como marca la ley, el 28 de mayo, y, lo que es peor, tampoco parece querer saberlo quien tiene posibilidades de ir en las listas de los elegibles.
De este modo, no importa que las elecciones nacionales por venir aun no se hayan convocado, ni que el 28 de mayo no vayan a tener lugar las autonómicas de Castilla y León, ya que el bucle mitinero en el que vivimos desde que el bipartidismo llegara a su fin está abordando todos los temas todo el tiempo, ninguneando uno de los pilares fundamentales del derecho al voto: los periodos electorales oficiales.
Superada la tradicional pegada de carteles por la era de la digitalización, las campañas electorales necesitan, no obstante, recuperar su razón de ser, su importancia y su lugar en el espacio democrático, con el fin de que las urnas puedan abrirse, cerrarse y contarse desde la serenidad que debe dar sentido a un estado de derecho.
Recuerdo haber estado en dos mítines políticos: uno del PSOE y otro del PP (quizá entonces aún era AP). Eran los 80, y aun no tenía, ni de lejos, edad para votar. En el primero actuaba Joaquín Sabina, en el segundo, Los Secretos. Seguro que fue por la música, pero guardo un bonito recuerdo de ambos.