Los viernes por la tarde huelen a fin de semana; también a deporte, y a baloncesto; aún más hace años, cuando ver al equipo de Burgos era el mejor plan de los viernes. Cada dos semanas, cita en El Plantío. Después, pincho y vino. Hace 15 años de eso, los mismos que llevo viviendo nuestro baloncesto de cerca. Era la era de Tony Smith, ese dorsal número 8 tan espectacular, leyenda en la ciudad. Como hoy todo el equipazo del Hereda San Pablo.
Por entonces cuando alguien gritaba ‘Burgos’ era un cantazo; únicamente dos grandes locos a cada lado de la grada, poniendo calor a un espectáculo que al ascender de nivel subía en calidad y en público. Se llegó a la LEB Plata y a la Oro. Hasta para un aficionado poco técnico era palpable el salto de juego a medida que la categoría era más alta. El Plantío en el que todo hacía eco se convirtió en una reconocida olla a presión para el rival. El baloncesto burgalés encendía los fines de semana de una afición que de fría, nada.
Después de los vibrantísmos play off y tres decepciones por no prosperar los ascensos deportivos a la máxima categoría llegó el mejor rescate: el San Pablo. Hace cinco años. Proyecto nuevo, sólido y con las ideas claras. Entre sus muchos aciertos, con Albano desde dentro, saber recoger mimbres vinculados a la familia del baloncesto en Burgos, desde Casadevall y Epi a las peñas, y multiplicar aquella ilusión por mil.
#MásLejosQueNunca, el leitmotiv del club esta temporada sin ruido en las gradas, sigue vivo. Un gustazo para los aficionados y los socios que hemos visto crecer el baloncesto local. La hazaña es del Hereda San Pablo, de sus gestores y de su cuerpo técnico actual, pero un trocito es también de todos esos otros dorsales que han alimentado el baloncesto burgalés. El deporte construye ciudad. No es un tópico. Motiva, sin edades. Gusta ver sólidos cimientos en otras disciplinas.