Diez de la mañana. Se escucha lejos una bocina que en menos de un minuto suena casi dentro de casa. Es el panadero que, como cada día, llega con su furgón a muchos de los diminutos pueblos que hay en esta provincia. Un lujo. Por muchos motivos. Uno por encima de todos: el servicio que supone. 

Hoy en día, quizá más que nunca, acostumbramos a valorar y a pagar por un buen servicio. También por las compras realizadas desde el sofá. Práctica de la que discrepo, por cierto. Por eso resulta cuanto menos llamativo y paradójico que, ante lo que parece una prestación buena y casi imprescindible en muchos contextos, no todos los lugareños de la localidad de turno compren el producto al vendedor en ruta. Mientras están en su derecho evitan, seguramente de forma inconsciente en muchas ocasiones, poner su granito de arena para impulsar la continuidad de un servicio capital en las zonas rurales, por romántica que pueda resultar la idea y por mucho que las opciones, las tendencias y los hábitos de consumo actuales, elegidos o impuestos, ganen terreno. 

Pasa lo mismo con el furgón de la fruta. Por cierto, cuando llega la heladería es impagable el momento de verano. El helado, en la puerta de casa recién puesto. Pura vida. Y es ahí donde quiero llegar. Al punto de encuentro entre vecinos que conlleva coincidir junto a los 'camiones tienda'. Eso sí construye pueblo. Sucede también con las pequeñas tiendas o en los bares rurales, por el rol de convivencia social que desempeñan.

Aplaudo que desde las administraciones se refuerce la cooperación con entidades locales destinando partidas para contribuir a gastos de mantenimiento de emplazamientos de ocio en pequeños pueblos. No sé si fija población o impulsa visitas, pero genera vida. Hasta para discutir si la tortilla es mejor con o sin cebolla. Mañana, por cierto, es el Día de la tortilla de patatas, así que toca celebrar con un producto muy de la tierra.