Esther Alonso

Ser o Tener

Esther Alonso


Lloremos

11/06/2020

Como estudiante de letras puras, mi torpeza para representar mentalmente grandes magnitudes siempre ha tendido al infinito, el único símbolo matemático que hasta ahora ha logrado atrapar mi soñador hemisferio derecho.
Como decía, mi dificultad para abordar cantidades importantes me ha obligado siempre a traducirlas a realidades concretas, truco con el que consigo hacerme una idea del significado o, por ser más precisa, del valor que los números pretenden expresar y que a mí me cuesta tanto comprender.
Alrededor de 40.000 personas han fallecido en España a causa del coronavirus, en el cómputo de víctimas mortales con pruebas diagnósticas más las que murieron sin ellas, pero con síntomas. Cada vez que escucho, leo o hablo de la cifra con amigos, conocidos y familiares, tengo la sensación de que o bien yo no soy la única incapaz de amarrar las matemáticas a la realidad, o bien que entre todos hemos realizado un pacto silencioso sobre la muerte, como si por reducirla a 75 fallecidos a la semana, hoy ninguno,  hoy solo en residencias, pero no en hospitales…, fuéramos a conseguir que nos pase de refilón, tanto física como emocionalmente.
Pero como decía, mi práctico truco para sobrevivir en el laberinto de las cifras ha continuado siendo mi aliado en esta ocasión para mostrarme cómo la COVID 19 habría podido hacer desaparecer, por ejemplo, a todos los habitantes de la ciudad de Soria, o a los de Teruel; barrer del mapa Plasencia, Aranda de Duero o Miranda de Ebro. Terminar con Santa Pola, con Vic o con Tres Cantos.  Concretándolo así, ese difuso y confuso número de víctimas de la epidemia me ha mostrado que después de aplaudir en este país nos ha quedado pendiente llorar.
Y que pese haberse llevado a cabo el luto oficial más largo de nuestra democracia, los diez días de recuerdo a los fallecidos los hemos pasado más pendientes de si volverá a abrir el bar cuya cerveza tanto hemos echado de menos, que en homenajear a los que sí que sabemos con seguridad que se han ido para siempre.
Lloremos. Por los muertos y por nosotros mismos. El 27 de julio el arzobispo de Burgos oficiará en la Catedral un funeral por las víctimas, no dejemos pasar esa fecha sin hacerlo: ceder al llanto, aceptar la pérdida y poder dejar entonces que nuestras vidas continúen tendiendo al infinito.