El 11 de noviembre se celebra el Día de las Librerías. La fecha no responde a ninguna efeméride, sino que es la elegida por la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL) y la Dirección General del Libro y Fomento de la Lectura del Ministerio de Cultura y Deporte. Reivindicar el carácter cultural de las librerías es uno de los objetivos de esta jornada.

Para este año CEGAL nos propone descubrir la vida que hay en las librerías, es decir, en qué consiste el trabajo de librero. Tal vez con esto a muchos se le quite la idea romántica del oficio, lo bonito que es estar rodeado de libros, el olor, hablar con la gente de literatura, con los escritores… que sí, que se hace, pero esa es la punta del iceberg. Detrás hay una labor que, a veces, no es tan idílica. Desde la carga organizativa, la recepción de cientos (sí cientos) de libros semanales, darles entrada en el programa informático, su colocación (en época prenavideña es un auténtico puzzle), mientras se atiende a la web, redes sociales, teléfono y clientes… Y a la vez estar enterado de novedades, leer, qué se va a publicar, negociar con bancos y editoriales y pagar a hacienda, proveedores, alquileres, consumos y sueldos. Por suerte, tanto para el sector como para el público, el libro goza de una protección estatal que evita la especulación de precios, por lo que adquirir cualquier título cuesta lo mismo en una librería o en una plataforma de internet (con la excepción del libro de texto, como ya expliqué el pasado mes).

Como todo trabajo, una librería tiene su parte bonita y otra no tanto, aunque sea la primera, la bucólica, la que te lleva a 'montar' una. Lo que tenemos claro es que las librerías, junto con las bibliotecas, deben ser espacios que van más allá, lugares de encuentro y de relación en torno a todas las artes y ciencias, para potenciar eso que nos hace humanos.