Javier Fernández Mardomingo

Cortita y al pie

Javier Fernández Mardomingo


La crueldad de una tregua

01/12/2023

Como la de estos días entre Israel y el terrorismo de Hamás. Pero vale cualquier otra. Las treguas deben ser de lo más cruel que hay en el mundo. Verse envuelto en una guerra en la que los que mandan ordenan apuntar a matar sin distinción tiene que parecerse al infierno, pero poner fecha y hora para reanudarla, ha de ser lo peor que un ser humano pueda sentir en toda una vida. 

Nosotros nos llevamos las manos a la cabeza por elecciones, amnistías y desplantes dialécticos. Nos escandalizamos por pactos de aquí y de allá o porque la ministra de Educación parezca no saber si soez es un adjetivo o un sustantivo. Leemos sentencias y juzgamos desde el sofá con nuestra toga en forma de pijama o arreglamos la erupción de un volcán desde el instituto sismológico de nuestro salón. Pero no tenemos ni idea de lo que es que te fijen fecha y hora para el desastre. 

Pónganse por un momento en la piel de alguien que después de mes y medio en guerra descansa unos días del horror. Pero al que advierten de que mañana, a tal hora, vuelven a sonar las sirenas sin saber si el petardo va a caer a dos kilómetros o a dos metros de su casa. Pónganse en la piel de alguien que pone fecha y hora a la guerra. Fecha y hora a la posible muerte. ¿Puede haber algo peor?

Tenemos todo el derecho del mundo a quejarnos de lo nuestro y, es más, debemos hacerlo. Pero de vez en cuando no viene mal imaginarse cómo debe ser vivir en el infierno. En el infierno de verdad. Ahora que vienen fechas de celebrar y de discutir en torno a una mesa, convendría pensar un momento en lo que acostumbra a decir Pérez-Reverte, que de guerras sabe un poco. El ser humano es un hijo de puta por naturaleza y si ves una con tus ojos, te darás cuenta. 

Es por ello que antes de buscar soluciones y culpables en las cenas de Navidad a un conflicto del que, seamos sinceros, ninguno tenemos ni la menor idea, pensemos en aquellos a los que se les pone fecha y hora para volver a estar escondidos, aterrados y sin saber cuándo y dónde caerá la próxima. Y pensemos en los que fijan la fecha y la hora desde el despacho. Ellos, seguramente, son los que en realidad dan la razón a Reverte cuando habla de las guerras y de la verdadera condición humana.