Javier Fernández Mardomingo

Cortita y al pie

Javier Fernández Mardomingo


Luis el del Sandro

30/06/2023

Dice Luis que esto ya no es lo que era. Desde que apartaron los fuegos y las hordas de chavales no bajan al río el ambiente no es el mismo. Encima, cuenta, le han puesto unos grifos al otro lado y la gente no viene a repostar. «No sabes los cachis de cerveza que tiraba yo; te cagas». 

Hace tiempo que anda detrás de la barra del Sandro después de vivir en una punta y otra de España haciendo de todo un poco y echa de menos la discoteca, la sala de fiestas y la parada de taxis de la antigua Conde de Jordana. Cuando aquello estaba lleno todo el día.

Lo de Sandro es por el hijo del primer dueño, que lo cambió de garaje a cafetería, pero -«lo conoce todo el mundo, para qué vas a tocar lo que funciona»- me dice. En cierto modo sigue siéndolo. Allí aparcan trabajadores de la noche, del día, abogados, funcionarios y toreros ahora que es feria. Acaban de entrar Arruga y Contreras, banderilleros de Luque, que toreaba esa tarde en Burgos. Uno le saluda cariñoso con una palmada en la espalda sin que Luis sepa, seguramente, que en cinco horas se va a jugar los muslos. Se deben ver de año en año, pero no parece reconocerlo. 

Tiene barra de aluminio, bocadillos, tortillas y la bollería que no se han desayunado los que han pasado a primera hora a comenzar el día o a terminarlo. Viste camiseta de camuflaje azul chillón, que es el menos camuflado de los camuflajes, y se ha dejado barba. No como en la fotografía que preside el lugar, en la que parece un Beatle con cara de seductor de los 70. 

Me habla de la película El campeón, de Franco Zeffirelli, que le hizo llorar, de las mujeres que conoció en la sala de fiestas, sin que sea cuestión de entrar en detalles, y de que por qué no se iba a casar el Rey con una periodista. «Cada uno que haga lo que quiera, qué importa el protocolo», se pregunta. Una amalgama de conversaciones nada propias de un miércoles a mediodía.

Esta noche es la grande y las mesas están a la fresca, no en terraza, que son cosas distintas. La gente sale, y por eso según pasen las peñas rumbo a la plaza se va a dormir hasta las 9, que vuelve a abrir el Sandro. El bar que no lleva su nombre, pero por el que muchos llaman a Luis. Un tabernero de barra metálica que tiene una historia, como Antonio Sánchez pero sin un Díaz-Cañabate que la escriba. No tiene más misterio, pero ahí sigue, en Gran Teatro. Pegado al río, que en San Pedro se ponía hasta la bola y que hace bueno aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. «¿No te jubilas?». Pregunto. «Lo estoy, pero aquí me lo paso de puta madre»-. Y que así siga, Luis.