De las muchas brechas y escalones, que se van acentuando y agrandando en los últimos tiempos a cuenta de factores como la demografía, la geografía, la tecnología, la formación o las infraestructuras, crece y se amplía la que separa la España rural de la urbana. La primera se va silenciando en el debate público hasta desaparecer y no pintar nada en los procesos legislativos. Ni siquiera las razones de peso en el censo -cada vez hay menos habitantes- son proporcionales a esta campaña de borrado y desdén. Hay que reconocer que este olvido no es total porque, en el mejor de los casos, se producen exóticas incursiones televisivas para espacios de curiosidades o, en el peor, se generan caricaturas siniestras. Ejemplo sangrante de esto último se vivió y escuchó hace algo más de un año con la decisión de prohibir la caza del lobo. Sin entrar en la pertinencia o impertinencia de la decisión, resultó ilustrativo de este olvido progresivo cómo se silenciaron las posturas críticas de pastores y ganaderos, destinatarios involuntarios de la norma, o se les cosificó en la barbarie como sádicos que disfrutaban en aquelarres con sangre de cánido cazado a golpes y desollado a mano. Una versión gore y ridícula del romance de la loba parda con el que evitar entrar en argumentos. Más reciente ha sido la aprobación de la Ley de bienestar animal y se han vuelto a poner de manifiesto algunas discrepancias irreconciliables que se han solventado con la urgencia electoral de los barones. No es por volver al lobo pero de la oveja en esta norma se habla poco. Está claro que hay animales, y hasta ciudadanos, de primera y de segunda… incluso no calificados ni tallados.
Hasta que por casualidad y de manera coyuntural alguien con micro, cámaras y acción denuncia una realidad en una caja de resonancia como la entrega de los premios Goya. Sorogoyen, en su agradecimiento por el Goya a As Bestas, merecidísimo, proclamó que en el pueblo donde grabó la película quieren plantar unos molinos de viento y que, «tenía que decirlo», «energía eólica sí, pero no así». En realidad, el lema sería energía eólica sí, pero no aquí. Porque nadie quiere a esas bestias con aspas en sus montes, porque a las tierras que ya se han quedado sin paisanaje por la emigración masiva solo les queda el paisaje. Vuelven aquí los de la transición verde pero mejor en el campo a explicar que negarse a la instalación de estos aerogeneradores es como haberse opuesto a los molinos contra los que luchaba don Quijote. Puede tener un pase de primer impacto, pero aquellos sirvieron para enriquecer el territorio y asentar prósperas poblaciones. Estos de hoy, levantados sobre territorios despoblados o en vías de, marcan terrenos yermos a modo de vía crucis con aspaviento.
Llegados a lo inevitable, hay que elegir entre habitar un parque temático o un parque eólico. Sin ser un ludita irredento prefiero a los que quieren celebrar la matanza, bailarse unas jotas a los postres y hacer hueco a la cena paseando una ladera.