Javier Fernández Mardomingo

Cortita y al pie

Javier Fernández Mardomingo


Francina

22/08/2023

En este Madrid del que dijo Silvela que en agosto, sin familia y con dinero, era como Baden Baden, las gentes han revoloteado en torno al Congreso en los últimos días. Claro, elecciones el 23 de julio, se acordarán los que lean. Tranquilidad pues, ninguna. 

Armengol, que se llama Francina y por estas fechas solía verse con el Rey en Marivent, se ha tenido que encontrar con el Monarca en Zarzuela porque es desde la semana pasada tercera autoridad del Estado. Tercera, que se dice pronto. 

Francina es una rara avis del españolito común. Ese que se queda sin trabajo y se tiene que poner a buscar y actualizar méritos. Fíjate tú qué momento finales de mayo para que te muevan la silla, pensará cualquiera. ¿Cualquiera? No, Francina no. Sánchez aprieta, pero no ahoga y por eso, a los que han fraguado y allanado el camino para que el Partido Socialista sea lo que es hoy, hay que darles cobijo en un hemiciclo que, citando a otro de su partido, a este paso no lo va a conocer ni la madre que le parió. 

Francina se quitó lo que en 2015 eran complejos y hoy son medallas como es el pactar con quien algunos no querían ver ni en pintura para ser presidenta de Baleares hasta que hace un par de meses las urnas le dijeron que hasta aquí habíamos llegado. En ese tiempo no sólo ha abogado directamente por la catalanización de las instituciones de su Comunidad, sino que ha protagonizado algunos episodios más que turbios que han hecho, seguramente, que el resultado fuera el que fue. Asuntos todos que hacen de Francina la candidata perfecta, parece ser, para complacer al socio, pero ahora en Madrid. 

Porque la Presidencia del Congreso, que ya digo, aguanta el peso de la tercera autoridad del Estado, se ha convertido últimamente en moneda de cambio para contentar a quien hace de poner el cazo una forma de vida. Dicho y hecho, permitidas lenguas cooficiales desde el minuto uno. Euskera, catalán, galego… todas. 

Sería pues, quizás, buen momento para que además de los chupópteros conocidos, otros se sumen al arte de doblar el pulso y, ya que se permite, algún diputado de la región que dominó el mundo hace unos cientos de años y da nombre a la lengua en la que todos nos entendemos, pueda espetar a voces y en castellano pero del antiguo a Francina aquello de: ¡Dios, qué buen vassallo, si oviesse buen señor!

 

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