«Hoy no te matan con pistola o bomba, sino con el desprecio»

R. PÉREZ BARREDO / Bilbao
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Cuando llegó, todo era alegría. Pero el terror modificó el paisaje y convirtió lo cotidiano en algo peligroso. Jesús Rodrigo es pesimista sobre el futuro: asegura que el objetivo del nacionalismo sigue larvado y que la convivencia es aún una quimera

Jesús Rodrigo, con la ría bilbaína al fondo. - Foto: Valdivielso

Alrededor de 55.000 burgaleses residen en el País Vasco. La inmensa mayoría, desde hace décadas, coincidiendo con los años en los que dominó el horror, el miedo y la muerte. A propósito del estreno de la serie Patria, inspirada en la maravillosa e imprescindible novela homónima de Fernando Aramburu, tres burgaleses (Jesús Rodrigo, Eduardo Rojo y Mario García) que llevan más de media vida allí nos hablan del pasado, del presente y del futuro en esa tierra. 

Reflejada en el armazón metálico de San Mamés, la última luz de la tarde emite destellos y colores que se desparraman por todo el entorno, dotando de vitalidad cada escena. Hay niños jugando despreocupados junto al estadio, y las calles registran el latido cotidiano de la gente que va y viene, las conversaciones volanderas, el rugido de los coches, los cláxones urgentes. Sonidos de ciudad vital. Bajo las pocas nubes que pintan el cielo de Bilbao camina Jesús Rodrigo, burgalés de Celada de la Torre, medio siglo viviendo en el Botxo, adonde llegó a los 18 años para cursar Ingeniería Industrial tras estudiar en los Maristas de Burgos. Antes de que el terrorismo lo cambiara todo, recuerda una ciudad alegre, llena de cuadrillas que salían a potear y a divertirse. «Aquella fue una buena época; aquí se vivía de maravilla», concede. 

Duró poco aquella Arcadia feliz. El terror irrumpió, contaminando el alma de una sociedad que se fracturó terriblemente. «Fue muy duro. Se pasaba mal». Antes de convertirse en profesor de la Escuela de Ingeniería (donde impartió clase durante dos décadas) tuvo un negocio de representación de empresas que le llevó por diferentes sitios de la geografía vasca. En pueblos de Guipúzcoa, recuerda, recibió amenazas veladas y directas por su condición de maketo, de inmigrante; en cierta ocasión quisieron ejercer el vandalismo con su coche, pero se equivocaron de turismo; no tuvo tanta suerte años después, cuando le arrasaron el vehículo por dentro. «Estabas marcado. El día que dejé de viajar por allí respiré. Recuerdo que, por aquellos pueblos de la Guipúzcoa profunda, me aconsejaban dejar el coche abierto, incluso con las ventanillas bajadas».El objetivo: no atraer sospechas de su condición de forastero. Era tan desagradable y tan tensa aquella situación, que cuando le ofrecieron ser gerente de una de las empresas de aquella zona dijo no. Imperaba la ley del terror. Recuerda que el día que mataron a Yoyes -exdirigente de ETA asesinada por la propia formación terrorista- él andaba recorriendo pueblos de Guipúzcoa.«Ni un sólo control me encontré de vuelta a Bilbao.Así funcionaba todo».

Afirma que nunca sintió miedo, aunque ahora reconozca que tal vez fue demasiado temerario por ello, y eso que una vez recibió una amenaza por teléfono en estos términos: ‘si nunca has tenido miedo, ya va siendo hora de que empieces a tenerlo’. «Siempre fui prudente, aunque supiera que nunca estabas a salvo de todo». Lo peor de los años de plomo, más allá de los sobresaltos en forma de atentados o tiroteos, más allá de los silencios cómplices, culpables o temerosos de buena parte de la sociedad, e incluso más allá de los asesinatos de algunos conocidos, fue el desprecio que tantas veces sintió por quienes nunca le consideraron uno de los suyos; desprecio que, con el tiempo e incomprensible y dolorosamente, padeció cada vez que regresaba a su tierra natal, donde se convirtió en ‘el de Bilbao’. «Sentirte extraño aquí y allí... Es una sensación desagradable y dura. Ese desarraigo...».

Reconoce que desde la disolución de ETA todo ha cambiado mucho, como de la noche al día. Sin embargo, no cree ni por asomo que las heridas se hayan cerrado ni que la sociedad haya superado tan turbulento pasado. «Parece como si todos nos hubiésemos doblegado y que ahora somos los demás quienes tenemos que pedirle perdón a ETA. Como si ETA nos hubiese traído la paz y la democracia. Ahora no te matan con la pistola ni con bombas, sino con el desprecio, el no saludo, el ahí te quedas. Aquí es palpable todavía, pero en los pueblos mucho más.Las diferencias ahí son muy visibles y elocuentes». Es el suyo un discurso muy pesimista. Aunque reine la paz (o la ausencia de violencia), considera que las políticas nacionalistas impiden mirar al futuro con esperanza. «En las ikastolas se hacen lavados de cerebro, de adoctrinamiento.Y mientras la educación esté en sus manos nunca habrá solución. Queda el infinito para que esta sociedad sea otra».

Pasea Jesús Rodrigo contemplando la ría, que ejerce de espejo de un cielo salpicado de gruesas nubes; a lo lejos, el perfil enhiesto de la grúa Carola, icono industrial que evoca un pasado próspero. El símbolo de los astilleros que dieron fama a esta margen de la ría domina el horizonte; arriba, San Mamés. Este burgalés fue hincha del Athletic de Bilbao «hasta que politizaron también el fútbol. Cuando se empezó a corear ‘españoles hijos de puta’ dejé de ir. No he vuelto». Forma parte Jesús Rodrigo de la Sociedad ‘El Sitio’, «un foro de liberalismo». Allí organizan conferencias, charlas, reuniones, eventos culturales... Se detiene Jesús frente a la Escuela de Ingenieros, de donde se jubiló hace unos años. Con 72 años y más de medio siglo viviendo en el País Vasco, cuando piensa en la cantidad de veces que le espetaron que había venido a quitar el trabajo a los nativos de esta tierra, se rebela.«Yo lo que he hecho ha sido formar a mucha gente.Y cuando he trabajado, he aportado riqueza». Ha sentido también muchas decepciones: amigos burgaleses «que se hicieron en hara-kiri para parecer más de aquí, renunciando a sus raíces.Eso es muy triste y decepcionante».

Futuro negro. «Veo mal el futuro del País Vasco», reflexiona Jesús Rodrigo. «Al final, en el poder se van a quedar sólo las fuerzas nacionalistas. Aquí hay algo preparado, y muy bien preparado, que tiene una meta final: el independentismo». Tiene claro que hay heridas muy abiertas. O peor aún: «Aquí lo que hay es abismos sociales.La fractura es muy grande y tiene muy difícil arreglo. Mientras la base, la enseñanza, sea nacionalista, independentista, no habrá solución. Veo muy negro el futuro». Jesús Rodrigo tiene tres hijos, una chica y dos varones.Estos últimos -Ángel yGabriel- entraron en política y han ostentado cargos por el PP. Le hubiese gustado mucho a Jesús Rodrigo volverse a vivir a Burgos, pero ya le parece demasiado tarde, aunque visita la ciudad y su pueblo con mucha frecuencia. «Ya estoy cansado para un cambio así. Pero si se hubiesen dado las circunstancias, y a fe que lo intenté, me hubiese vuelto hace muchos años», concluye Jesús Rodrigo tocándose el sombrero y echando a caminar por la Gran Vía, con el cartel promocional de Patria poniendo el fondo a la tarde bilbaína, cada vez más gris y metida hacia adentro.