«La sociedad se ha liberado y las heridas van cicatrizando»

R. PÉREZ BARREDO / S.Sebastián
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Tras décadas de sufrimiento, miedo y silencio, el periodista burgalés Mario García observa el futuro con esperanza. Cree que el camino sin violencia que se ha iniciado ya es irreversible. Que es un proceso imparable

«La sociedad se ha liberado y las heridas van cicatrizando» - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

Alrededor de 55.000 burgaleses residen en el País Vasco. La inmensa mayoría, desde hace décadas, coincidiendo con los años en los que dominó el horror, el miedo y la muerte. A propósito del estreno de la serie Patria, inspirada en la maravillosa e imprescindible novela homónima de Fernando Aramburu, tres burgaleses (Jesús Rodrigo, Eduardo Rojo y Mario García) que llevan más de media vida allí nos hablan del pasado, del presente y del futuro en esa tierra. 

El sol reverbera en el mar, proyectando destellos de diamante. Alguna embarcación atraviesa la bahía con lentitud de siglos y las gaviotas se muestran extrañamente pacíficas. Hace una mañana espléndida en San Sebastián. A las playas de La Concha y de Gros aún no ha llegado el otoño: hay bañistas en la arena y surferos jugando con las olas. Una alfombra roja frente al Kursaal indica que el cine es estos días protagonista de la ciudad más hermosa del norte de España. El aire es cálido. Desde uno de los malecones que se asoman al mar a Mario García, burgalés de 63 años, aún le parece mentira tanta tranquilidad, el ambiente distendido que se respira desde hace unos pocos años en la ciudad en la que vive desde hace cuatro décadas. «Ahora es una situación normalizada. Se ha hecho mucho en los últimos años para reparar esa convivencia destruida no sólo desde la instituciones, sino desde la propia ciudadanía. Porque la ruptura social fue enorme». 

Por su condición de periodista (ya prejubilado, trabajó 38 años en El Diario Vasco), convivió muy de cerca con el espanto de la violencia. No entrará en detalles, pero se ha pasado más de media vida viendo cosas innombrables, de las que quitan el sueño y pueblan de fantasmas el corazón. Cambiar la quietud de Burgos, donde hizo sus primeros pinitos como plumilla, por San Sebastián, donde siempre sucedían cosas, muchas de ellas terribles, fue uno de los primeros impactos. «Había que acostumbrarse a lo que había, convivir con ello». No fue sencillo, claro. «Había que tratar de sobrevivir lo mejor posible. El terrorismo partió en dos a la sociedad vasca. Por un lado estaban los que apoyaban la violencia; por otro, quienes se oponían. Pero dentro de este último grupo había dos subgrupos: los que plantaban cara a los violentos, que eran los menos, y luego una inmensa mayoría -silenciosa- que sobrevivía, que trataba de vivir fingiendo una normalidad que no existía. No es que esa mayoría mirara hacia otro sitio, es que vivía aterrorizada con lo que pasaba aquí. Pese a todo, tratábamos de llevar una vida lo más normalizada posible».

Esa realidad podía ser llevadera siempre y cuando el terror no tocara de cerca. Cuestión difícil en cualquier caso; más aún en un periodista. «Como periodista viví situaciones... increíbles, terribles. No se pueden ni imaginar. Algo impresionante tener la muerte tan cerca. Pero formaba parte de mi trabajo y lo asumía así.Me curé de espanto. Pero luego estaba el ámbito personal, y ahí viví dos experiencias que me marcaron profundamente», señala García. Le duele recordar, pero desea hacerlo. Fueron dos pérdidas cercanas; dos asesinatos de sendos amigos íntimos. Uno, también burgalés: José Ramón Domínguez Burillo, psicólogo en la prisión de Martutene tiroteado en la nuca cuando se disponía a ir a su trabajo. «Tenía 35 años. Para mí fue un golpe brutal. Era mi amigo, un buenazo y una persona extraordinaria. Al día siguiente, un grupo de personas nos atrevimos a hacer una concentración silenciosa y pacífica en la plaza Guipúzcoa. Seríamos unas quince personas. Tuvimos que soportar a una treintena de energúmenos gritándonos gora ETA y las consignas abertzales, increpándonos... Ese era su modus operandi: amedrentar a la población. Porque ellos, los que apoyaban la violencia, tenían la calle. La calle era suya. Y no consentían que nadie que no fuera ellos ocupara ese espacio. Aquella fue la vez que más sufrí, fue terrible».

El otro gran hachazo fue el asesinato de un compañero de trabajo, director comercial del periódico. «Para nosotros fue un impacto enorme. Era un hombre próximo, bueno... Cuando pienso en él y en José Ramón, y en todos los que fueron asesinados por nada, porque fueron asesinados por nada, no puedes evitar sentir horror». Tras el crimen de su compañero, Mario García tuvo que acostumbrarse a mirar debajo de su coche. «El periódico que convirtió en un búnker. La Ertzainza nos recomendó que tuviéramos cuidado en nuestra vida particular, que tomáramos precauciones». Ambas muertes dejaron muy tocado a este periodista burgalés, quien, como otros paisanos residentes en el País Vasco, también tuvo que sufrir el rechazo en su tierra de origen. «Se generalizó la idea de que todos los que vivíamos aquí éramos terroristas. Y eso es muy duro. Se sufre».

Para García, Patria, la magnífica novela de Fernando Aramburu convertida desde hoy en serie de televisión, recoge maravillosamente la fractura social. «Una fractura que se produjo en círculos de amigos, en familias, entre compañeros de trabajo. Una fractura muy visible y en algunos aspectos cargada de odio. La inmensa mayoría que se limitó a sobrevivir sabía que había barreras, límites, temas sobre los que no se podía hablar dependiendo de los lugares y las personas. Establecíamos una barrera de protección. Se trataba de pasar inadvertido: no destacar, no significarse. Mostrar el perfil más bajo. De lo que sí se podía hablar era de fútbol. Mi teoría es que el fútbol, en aquella época de terror, se convirtió en la válvula de escape, por donde salía la presión social. Porque aquello era una olla a presión. El fútbol era el único tema del que se podía hablar con cualquiera sin miedo. Aquí se pasó de una dictadura a otra dictadura».

Hay esperanza. Aquella pesadilla que parecía interminable acabó. Para Mario García, el lugar en el que habita parece otro planeta. «Desde que ETA anunciara en 2011 el cese definitivo de la actividad armada hasta ahora, esta sociedad ha dado una vuelta increíble. Es otra. Se nota de una manera absoluta. La sociedad se ha liberado, es otra bien distinta. Creo que incluso quienes estaban del lado de la violencia se estaban asfixiando. No se puede vivir eternamente así, justificando lo injustificable. Se puede defender cualquier idea, pero no con una pistola. Se ha iniciado un camino sin violencia en el que se vive mucho mejor. Y creo que ese proceso es imparable. Creo que una gran mayoría comparte esta mirada esperanzada. Se puede vivir en paz y tranquilidad.Sin odios.Espero no equivocarme, pero creo que este proceso no tiene marcha atrás aunque la mayoría social sea nacionalista, algo que tendrían que hacerse mirar algunos partidos».

Este afable burgalés, directivo y activo integrante del centenario Centro Burgalés y Castellano-Leonés de Donosti, es optimista con el futuro inmediato del País Vasco. «Las heridas están cicatrizando a una velocidad que nadie imaginaba. Se ve en los jóvenes: los de ahora tienen otros objetivos, otras metas. Y el futuro empieza por ahí, por los chavales. Creo que las heridas están cauterizando a gran velocidad porque esta sociedad lo necesitaba». No sabe Mario García hasta qué punto una normalización absoluta podría pasar por el perdón, sobre lo que gira Patria. «Sin duda, el perdón ayudaría mucho, fundamental para curar bien las heridas. Porque supone el reconocimiento de que se ha hecho algo mal.Pero creo que, más que el perdón, será el paso del tiempo el que desdibuje el odio que durante tantos años separó a esta sociedad», concluye.