Mi peluquero, que tiene la mente tan ágil como las manos, asegura que él vive por los pelos. Antes vivía de ello, pero en tiempos de covid malvive por ellos, y como él todas las personas peluqueras: Miedos, mascarillas, distancias cortas, desinfección, mil gaitas y cuatro perras. Son otro de los muchos colectivos silenciosos que nos han salvado la vida.
Pero volvamos a los pelos. Primera observación. ¿Los pelos albergan el coñovirus?, pues no, pero como nunca han tenido buena prensa en materia higiénica es inevitable que los asociemos con miedo al cortarlos o tocarlos. Mi peluquero ya no me da un masaje tónico al acabar. ¿Será por miedo?
Segunda. Muchas personas, sobre todo mujeres, vienen a las consultas despeinadas, desteñidas, más desgreñadas que de costumbre y eso las hace parecer más tristes y desconsoladas, me entran ganas de subirles las dosis: ¡Sí, doctor, es que entre el reparo y la desgana, no me da ni por mirarme al espejo! Pues ¡hala!, a la peluquería y la próxima si viene hecha un pincel le bajo el tratamiento.
Tercera. Con la covid todos hemos vivido un poco por los pelos, y todos hemos perdido pelo, algunos por la enfermedad y otros por estrés, cansancio, nervios, fatiga. ¡Pelillos a la mar!, diríamos, si no fuera porque a cierta edad no hay forma de recuperarlos y te quedas con esas guedejas lacias e impeinables.
Guedejas es una palabra extraña, que trae recuerdos de fealdad y brujería. Pero también se asocia a la diosa Fortuna, que según dicen solo tenía una guedeja de cabellos enredados, para que los espabilados, los que están al loro y prestan atención a la vida, y no se amilanan ni sobrecogen, la pillen por los pelos cuando pasa por su lado. Son los que ven menos tele y leen más, los que escuchan más música y menos noticias, los que hacen ejercicio y bailan sacudiendo con gracia sus melenas, o sus cuatro pelos.
La próxima vez que vaya se lo voy a contar a mi peluquero a si ver si vuelve a darme el masaje sin miedo. A cambio le voy a poner en el móvil la famosa aria Largo al factótum, del Barbero de Sevilla, la ópera de Rossini que acaba: ¡Ah, bravo Figaro! Bravo, bravissimo; a te fortuna non mancherà. (…a ti la fortuna nunca te faltará).