Jesús de la Gándara

La columnita

Jesús de la Gándara


Vivir por los pelos

22/02/2021

Mi peluquero, que tiene la mente tan ágil como las manos, asegura que él vive por los pelos. Antes vivía de ello, pero en tiempos de covid malvive por ellos, y como él todas las personas peluqueras: Miedos, mascarillas, distancias cortas, desinfección, mil gaitas y cuatro perras. Son otro de los muchos colectivos silenciosos que nos han salvado la vida.
Pero volvamos a los pelos. Primera observación. ¿Los pelos albergan el coñovirus?, pues no, pero como nunca han tenido buena prensa en materia higiénica es inevitable que los asociemos con miedo al cortarlos o tocarlos. Mi peluquero ya no me da un masaje tónico al acabar. ¿Será por miedo?
Segunda. Muchas personas, sobre todo mujeres, vienen a las consultas despeinadas, desteñidas, más desgreñadas que de costumbre y eso las hace parecer más tristes y desconsoladas, me entran ganas de subirles las dosis: ¡Sí, doctor, es que entre el reparo y la desgana, no me da ni por mirarme al espejo! Pues ¡hala!, a la peluquería y la próxima si viene hecha un pincel le bajo el tratamiento. 
Tercera. Con la covid todos hemos vivido un poco por los pelos, y todos hemos perdido pelo, algunos por la enfermedad y otros por estrés, cansancio, nervios, fatiga. ¡Pelillos a la mar!, diríamos, si no fuera porque a cierta edad no hay forma de recuperarlos y te quedas con esas guedejas lacias e impeinables.
Guedejas es una palabra extraña, que trae recuerdos de fealdad y brujería. Pero también se asocia a la diosa Fortuna, que según dicen solo tenía una guedeja de cabellos enredados, para que los espabilados, los que están al loro y prestan atención a la vida, y no se amilanan ni sobrecogen, la pillen por los pelos cuando pasa por su lado. Son los que ven menos tele y leen más, los que escuchan más música y menos noticias, los que hacen ejercicio y bailan sacudiendo con gracia sus melenas, o sus cuatro pelos. 
La próxima vez que vaya se lo voy a contar a mi peluquero a si ver si vuelve a darme el masaje sin miedo. A cambio le voy a poner en el móvil la famosa aria Largo al factótum, del Barbero de Sevilla, la ópera de Rossini que acaba: ¡Ah, bravo Figaro! Bravo, bravissimo; a te fortuna non mancherà. (…a ti la fortuna nunca te faltará).