Todos los años por estas fechas me pregunto por la razón por la que el servicio de Parques y Jardines de esta ciudad poda los árboles de la mayoría de las calles en un momento que garantiza que habrá buena sombra cuando nadie la quiere, allá para el comienzo del otoño, pero no en esos días de junio que asfixian cada vez con más frecuencia e intensidad. Supongo que habrá un motivo de peso para un contrasentido que se repite periódicamente y que, en plena ola de calor, convierte casi en intransitables vías con un diseño pensado para que sean agradables. 

La ausencia de sombra es una realidad en numerosas zonas de la capital, en la que los promotores de barrios nuevos parecen estar reñidos con el arbolado y obligan a los vecinos a hacer gala de valentía para atravesarlos, tanto en invierno como en verano: primero hacen frente al frío burgalés y luego al calor atroz. El S-4, Villímar, Fuentecillas, el Bulevar o Cellophane son buenos ejemplos de lo que podría definirse como un erial urbano. Tampoco el actual equipo de gobierno en el Ayuntamiento está demostrando querencia por la creación y mantenimiento de zonas verdes, dado que la tala es la primera opción que parecen poner sobre la mesa cuando surge un problema, real o creado, en el que hay árboles de gran porte implicados.

Yo de urbanismo no entiendo nada, pero no creo haber sido la única que la semana pasada buscó trayectos que garantizaran sombra. Y si tenemos en cuenta que el calentamiento de la Tierra es una evidencia constatable en el día a día y que las olas de calor van a dejar de ser excepcionales, quizá no fuera descabellado coger un mapa y replantear nuestras calles para que las ganen los peatones en cualquier estación. Habrá sitios donde no sea viable, pero en otros tantos sí y, de hecho, muchos fueron zonas arboladas en el pasado. Es solo cuestión de empezar.