De estreno 50 años después

I.L.H. / Burgos
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El Taller de Patrimonio Textil ha confeccionado la nueva indumentaria de los Gigantillos, que llevaban décadas con las mismas prendas. En los últimos meses han renovado además la vestimenta de todos los Gigantones

La capa del Gigantillo es de paño de Pradoluengo. En cuanto al enorme y pesado sombrero, ha habido que forrarlo de nuevo con paño y terciopelo. - Foto: Alberto Rodrigo

Puede que en cinco siglos de historia cincuenta años no signifiquen mucho, salvo que ese sea el tiempo para vestir la misma ropa. La lluvia y el barro, las defecaciones de palomas, los dedos de varias generaciones de burgaleses, el polvo de medio siglo y el simple paso del tiempo han ajado, descolorido, descosido y remendado la ropa de Gigantillos y Gigantones, que durante cinco décadas han vestido las mimas prendas con algunos puntuales apaños. Tocaba, por tanto, renovar el armario.

Las encargadas de hacer los patronajes y confeccionar las nuevas prendas han sido las alumnas del Taller de Patrimonio Textil -el programa mixto de formación y empleo- durante el curso pasado y este. Este mismo viernes terminaban de vestir a los Gigantillos, la última pareja en estrenar paños. Salvo el matrimonio cidiano, que lució traje nuevo el fin de semana dedicado al medievo, el resto no han salido aún a la calle con la indumentaria remozada. El sábado, que la Casa de los Gigantillos abrió para la Noche Blanca, se pudieron admirar por primera vez. Luego lo harán ya en el Curpillos y por supuesto en los Sampedros.

Pero volvamos a los trajes, que tiene su tela. Doce metros concretamente la falda y otros tantos una de las dos enaguas que lleva la Gigantilla. Sobre la saya, un mandil negro cuya pasamanería con abalorios y rocalla se ha creado en el taller para ahorrar costes. «Hay que valorar el trabajo de una de las alumnas que ha cosido todas las piedras a mano. Una a una. Se vende hecho, pero el metro cuesta 50 euros y necesitábamos cuatro. Así que ese trabajo artesanal está hecho en casa», destacan tanto Victoria Rebé, la monitora, como Gloria Díez, la coordinadora del taller.

En la parte superior, la serrana lleva una blusa y una chaqueta, también renovadas. Lo único que se mantiene es el pañuelo, en mejor estado porque a 'la niña' le confeccionó Concha Madorrán algunas prendas hace veinte años.

Doce metros de paño de Pradoluengo ha requerido también la capa castellana forrada de terciopelo que luce el Gigantillo. En el caso del sombrero, ha habido que retirarle el paño, limpiar a conciencia el armazón de chapa y volver a forrarlo. 

«Esta indumentaria no se cambia de un día para otro, así que haber participado en la creación de unos ropajes que quizá duren otros cincuenta años es un honor. Son además materiales ricos y delicados, pelas labradas o bordadas que cuesta trabajarlas, pero merece la pena. Y una labor que va a ver toda la ciudad. Por eso debe quedar perfecto», explica Carmen, una de las orgullosas alumnas. «Al final formamos parte de la historia de la ciudad», añaden sus compañeras.

A las ocho costureras de este año hay que sumar las ocho que participaron el curso pasado, y a las que se les debe la renovación de la indumentaria de los Gigantones. «La pareja más complicada ha sido la de los indios porque ha habido que tejer el terciopelo con la pasamanería. Y trabajar el terciopelo es difícil. De ahí también la dificultad de los Reyes Católicos», confiesa Gloria, recordando que el traje de Isabel lleva cien escarapelas (una tela circular superpuesta) con botón en el centro que hubo que coser una a una sobre ese tejido.

Para algunos de los complementos, y por barrer para casa, han echado mano de la Escuela de Arte -en el caso del cinto de cuero y la funda de la espada del Cid del mismo material- y el taller de Jardinería -para las flores de la Gigantilla-. 

Concluida esta tarea, lo siguiente será confeccionar los treinta trajes de los danzantes con una partida de 11.000 euros.