El eterno debate de las peatonalizaciones en Burgos

D. ALMENDRES / Burgos
-

La intervención prevista en la calle Santander, único eje abierto al tráfico en el corazón de la ciudad, pone en guardia a los escépticos como ya ocurriera con las polémicas obras de La Flora, plaza del Rey San Fernando o La Moneda

Imagen de la calle de la Moneda, cuando aún circulaban los coches. - Foto: Patricia

Los principales proyectos urbanísticos siempre despiertan grandes debates y, en muchas ocasiones, grandes controversias. Ya sea porque afectan a zonas históricas o simbólicas, ya sea porque la entrada de las máquinas cambia para siempre el uso y las costumbres de los ciudadanos, las ideas destinadas a modernizar la imagen de la ciudad deben superar el escrutinio de los vecinos y se convierten en una cuestión política y social que no suelen encontrar el consenso deseado.

Basta con echar un rápido vistazo a la hemeroteca o refrescar un poco la memoria. Ahora, la firme intención del equipo de Gobierno de peatonalizar la calle Santander vuelve a levantar dudas y recelos a la espera de conocer todos los detalles de un proyecto que, si sigue el proceso inicial, será una realidad en el año 2025.

De momento, las federaciones de comerciantes y hosteleros han dejado una primera pincelada que dibuja rechazo inicial a esta cuestión. La encuesta interna realizada por ambos organismos mostró una oposición que aún no es tajante ni definitiva, pero las conclusiones exigirán al Ayuntamiento hilar muy fino para convencer a todos los escépticos.

Las peatonalizaciones, asumidas como una evolución natural de las ciudades, tienen un gran impacto en el día a día y algunas son especialmente sensibles. La calle Santander es el único eje abierto del centro histórico y es la conexión norte-sur de la ciudad.

El proyecto actual genera un debate que recuerda a lo vivido en el pasado con otras ideas similares, ya que esta intervención completará el plan de peatonalizaciones iniciado a finales del siglo XX y que dio paso a un nuevo escenario para residentes y profesionales.

El escenario es conocido porque ya se vivió a principios de los 90 con las obras del entorno de la Catedral y en La Flora. La plaza invadida por los coches vio en 1989 cómo su destino urbanístico quedó marcado con la construcción de un aparcamiento planteado para resolver un problema que generó otros.

La idea encontró el rechazo frontal de los ciudadanos y, para colmo, supuso el adiós de los tilos que presidían este enclave. Ya ocurrió algo parecido en 1981 en la plaza de San Juan, cuando los trabajos para sustituir el pavimento de este punto del Camino de Santiago se llevó por delante siete ejemplares de la misma especie.

En esta ocasión, las decisiones tomadas para peatonalizar la plaza Huerto del Rey no ayudaron, precisamente, a renovarla de la manera más adecuada.

Eran los tiempos de José María Peña al frente del Ayuntamiento y su planteamiento pretendía dotar a los vecinos de un subterráneo que ofreciera un servicio definitivo para eliminar los coches. Algo que no consiguió eliminar ni siquiera con la posterior intervención urbanística de 1998 por el constante trasiego de vehículos privados y profesionales que circulan cada día.

El aparcamiento era una actuación delicada y el equipo de Gobierno encontró el informe favorable de la Comisión de Patrimonio de la Junta, siempre y cuando el proyecto se basara en la estructura de la plaza y respetara el 'bosque urbano' de tilos que daba a la localización su carácter singular.

(Reportaje completo en la edición en papel de hoy de Diario de Burgos)