Recuerda la situación de Pedro Sánchez a la de aquella moción de censura a Rajoy de 2018. Pese a que los casos de corrupción en el PP venían de lejos, logró, a cuenta de Bárcenas, construir un relato y poner en un aprieto a partidos como el PNV, que en vísperas de aquella jugada maestra había pactado un presupuesto con los populares y ni se le pasaba por la cabeza sacar al gallego de La Moncloa.

Una vez que entre los votantes de izquierdas y los nacionalistas ha calado el miedo a Vox, Sánchez vuelve a tener a sus potenciales socios contra las cuerdas porque les responsabilizará a ellos de una posible repetición electoral y de poder ser quienes propicien que el partido de Santiago Abascal entre el Gobierno. Los nacionalistas mandarán en el país, pero Sánchez, de momento, tiene ventaja sobre ellos. Salvo que Junts y Puigdemont, imprevisibles, sigan en la locura permanente.

Aunque en política gana el que gobierna, innegable es también que Sánchez fue derrotado en las urnas, ya que quedó segundo y fue superado por un partido que ganó 47 escaños. Es cierto que Alberto Núñez Feijóo se quedó a cinco diputados de ser presidente, como lo es también que salió derrotado en sus expectativas.

Tras ellos se colocó Abascal que, como los grandes perdedores, encontró en un ajeno (el PP) al culpable de su fracaso. Curioso que sea el único liderazgo que no se discute.

Sumar, para desgracia de Pablo Iglesias, que se estaba afilando el colmillo, salvó los muebles. Lo que no quita para que Yolanda Díaz fuera otra de las perdedoras de la noche. No está mal restar cuatro diputados respecto a 2019, más los tres que obtuvo Más País.

Los fanáticos, como todo mal perdedor, negarán su derrota. El espectáculo solo acaba de comenzar.