Inés Praga

Esta boca es mía

Inés Praga


El pisito

24/10/2023

En el Madrid de los años 50, Petrita y Rodolfo llevan doce años de novios pero no se casan porque no pueden pagar un piso. Rodolfo vive realquilado en casa de Doña Martina, una anciana muy enferma, y a Petrita se le ocurre que Rodolfo se case con ella para heredar el contrato de alquiler en cuanto fallezca. Después de la boda, Doña Martina vivirá todavía dos años más, demorando y avinagrando los planes de los novios. 

Esta truculenta historia pertenece a la película, El Pisito ( 1958), con guion del inolvidable Rafael Azcona. Describe aquella España de penurias donde era muy común vivir en casa ajena 'con derecho a cocina', o donde la gente al casarse se tenía que quedar a vivir con los padres. Porque la vivienda refleja claramente la evolución de la sociedad española y también del concepto de intimidad, un valor de reciente aparición. Lo normal eran familias numerosas y espacio reducido, así que se compartían dormitorios e incluso camas, había cola para el baño y los niños hacíamos los deberes en la cocina, a menudo con la radio puesta. Además siempre aparecía algún pariente que venía a examinarse, a la mili, o al médico, y era milagrosa la facilidad para hacerle un sitio cuando ya no cabían ni los de casa. Abundaba la hospitalidad y la intimidad era un bien desconocido. 

Luego vinieron años de bonanza y la gente se endeudaba hasta las cejas para comprarse un pisito, cumpliendo aquello de que 'el casado (y el soltero) casa quiere'. En cambio se alquilaba y se rehabilitaba muy poco, en contraste con Europa, y creció la especulación y la burbuja inmobiliaria con las consecuencias que todos conocemos. En la España actual, conseguir una vivienda es un drama para los jóvenes, y no tan jóvenes, a pesar de que la Constitución lo consagra como un derecho fundamental 

Si vivieran hoy Petrita y Rodolfo, los novios de la película, se horrorizarían de los precios astronómicos para alquilar un modesto pisito. Tendrían que pensar en volver de realquilados, como en los 50, o en adoptar costumbres más modernas, como crear un hogar en una caravana. Incluso, a la desesperada, meterse de okupas en la casa vacía de algún familiar. Pero lo de intentar desposar a una anciana para heredar su piso ya no cuela: ahora, a la mínima insinuación, ella cogería el móvil y pondría una denuncia por acoso. En eso sí hemos mejorado.