Esta semana hemos podido disfrutar de la segunda de las superlunas previstas para el verano. Menos mal que nos avisan los medios de comunicación  y podemos utilizar las vacaciones, los cielos generalmente despejados y el mayor tiempo en la calle por las buenas temperaturas para disfrutar de estos espectáculos naturales.

Recuerdo que durante mi infancia y adolescencia los veranos en el pueblo incluían, entre el amplio abanico de actividades, la observación nocturna del cielo. Sin avisos ni anuncios previos. Simplemente la inmensidad del Universo con sus millones de estrellas estaba allí, sobre nuestras cabezas, cuando jugábamos al escondite, al churro o nos quedábamos charlando en las primeras horas de la noche, antes de irnos a la cama.

Igual no había tanta contaminación lumínica. Ni televisión ni móviles, claro. Quizás por ello competíamos en localizar el mayor número de estrellas fugaces, la Osa Mayor y la Osa Menor, identificar las diferentes figuras del horóscopo;  jugábamos o ligábamos bajo la luz de las superlunas, mirábamos el satélite y veíamos siempre  una cara sonriente en las sombras que matizan su blanca redondez. Tirados sobre la hierba seca, llenándonos de picajosas espiguillas, admirábamos la belleza de la Vía Láctea.

Creo que los humanos estamos perdiendo esa conexión con la naturaleza de la que también formamos parte.  Aunque igual no está todo perdido.   Hay comarcas, como la de Juarros, que ha conseguido ser Destino Startlight, ofreciendo su territorio para los visitantes que quieran disfrutar de cielos de calidad. También vemos en las semanas y veranos culturales de nuestros pueblos actividades astronómicas, y proliferan cada vez más las marchas nocturnas. 

Burgos es (o era) una provincia privilegiada para la observación del cielo. No perdamos este regalo.