El vacío de Adrián y Luna se hace altar

F.L.D. / Burgos
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Decenas de burgaleses rinden homenaje al hombre sin hogar fallecido en el incendio de San Pedro y San Felices. Un altar improvisado se ha llenado de flores, velas y cartas de despedida

Ana, vecina del portal anexo, fue quien adecentó el punto de recuerdo. - Foto: Alberto Rodrigo

El viernes por la tarde, una rosa roja apareció en el rincón de la calle Santander donde solía sentarse a pedir limosna Adrián con su perrita Luna desde hacía 9 años. La noticia de la muerte de ambos en el trágico incendio en un domicilio de San Pedro y San Felices conmovió a comerciantes y vecinos de este entorno. De repente, la flor pasó a tener la compañía de dos velas. Y después de ramos con más flores. Y cartas en su memoria. Y más velas. Y un altar. Las muestras de cariño a lo largo del fin de semana han sido infinitas. Decenas de personas se detienen para rendirle su particular homenaje. Otros, simplemente por curiosidad.

Fue Ana, vecina del bloque de viviendas que hay justo encima del lugar en el que Adrián llevaba nueve años sentándose a pedir, quien decidió ir a por una caja para conformar un pequeño altar dedicado a su memoria y la de Luna. «Al ver la rosa, pensé que alguien podía llevársela porque había sido el día de los enamorados. Fue la forma que tuve de decirle adiós», cuenta visiblemente emocionada. De repente, el improvisado homenaje se convirtió en un lugar de peregrinación de todos los que le conocían. El punto de encuentro de los que quisieron rendirle homenaje. «Ojalá hubiera podido ver cuánta gente le quería», suspira Ana.

Para ella, Adrián era su vecino. La primera persona a la que veía a diario; el que le ayudaba con la compra, con las maletas cuando venía de viaje. «Tenía un juego de monedas con mi hija. De hecho, le dio una caja para que se comprara lo que quisiera. Era muy bueno», cuenta mientras traga saliva para mitigar la tristeza Cuando se enteró de lo ocurrido, escribió unas palabras en las que habla de humanidad, de tratar al prójimo con respeto y cariño. Sin prejuicios. «A veces se quejaba de que no importaba a nadie. Fíjate, todo lo que le querían», indica señalando el corrillo de personas que cada minuto se forma frente al rincón donde llevaba casi una década.

(El reportaje completo, en la edición impresa de este martes de Diario de Burgos o aquí)