En un momento de tantísima polarización como el que vivimos, con una sobredosis de información imposible de digerir y, sobre todo, con semejante ruido político (y lo que nos espera...), toda noticia que se salga del carril representa un soplo de aire fresco. Me refiero, por ejemplo, al proyecto en el que trabajan en la planta arandina de GSK desde hace un tiempo para suministrar un innovador fármaco que servirá para tratar el cáncer de ovario.  

Merece la pena detenerse en ello. Principalmente porque mejorará la calidad de vida de miles de mujeres en todo el mundo. ¿Acaso hay una razón mejor? También porque detrás se esconden grandes dosis de talento, esfuerzo, años de investigación, formación diaria, mucho sacrificio, discreción... Y si a ello se suma que la sede de este prometedor medicamento es Aranda, ¿qué más se puede pedir? Una llega incluso a reconciliarse con este mundo  de absurdos cada dos pasos. Que una ciudad de poco más de 30.000 habitantes sea capaz de atraer tanto talento resulta digno de aplauso. Talento, por cierto, de aquí y de otros tantos lugares, porque no hay fronteras posibles al conocimiento.  

Ojalá que la ciudad sea capaz de acompañar este tipo de proyectos con mejores infraestructuras.De lo contrario, será muy difícil (por no decir imposible) progresar. Ya lo dijeron desde la Plataforma por el Ferrocarril Directo recientemente en una manifestación en defensa de la sanidad pública: sin tren y sin unas buenas comunicaciones, muchos médicos y enfermeros rechazan venir a Aranda porque no se quieren jugar la vida en la fatídica Nacional 122. Tampoco están dispuestos a ello los ingenieros, los farmacéuticos o los mecánicos. Y todos ellos, igual que los panaderos que reparten a diario por multitud de pueblos a lo largo y ancho de la N-122, son necesarios para que nuestra ciudad y nuestra comarca progresen. Dicho queda.