Jesús de la Gándara

La columnita

Jesús de la Gándara


Infantilismo 

05/07/2021

Tienden los virus a rendirse. Todos asustan, algunos matan, hacen honor a su nombre con violencia inusitada, mas están en su naturaleza la indigencia y la necesidad, son inestables, inseguros, incompletos, por eso cuando se les opone resistencia se acobardan, mutan o se disgregan. Así está sucediendo con el intruso que tanta desgracia nos ha ocasionado. Ya sucedió antes con otros semejantes y sucederá con otros de parecida virulencia, y los humanos sufriremos y olvidaremos, pero nunca perderemos la esperanza en nuestra capacidad para adaptarnos y sobrevivir, en eso somos verdaderos maestros. Mantenemos la esperanza si tenemos la sensación de que controlamos de alguna manera la situación, si creemos que lo que hacemos es valioso o útil, si nos sentimos miembros de una sociedad que nos acoge y protege, si creemos que podemos influir en nuestro destino, y que por lo tanto merece la pena luchar por la vida.

¿Pero qué sucede si eres un joven que percibe que no tiene control, ni valor, ni sentido de pertenencia y que no puede influir en tu destino? Sucede que ni la esperanza, ni los valores, ni la lucha le sirven para nada, y entonces qué más le da que una mierda de virus le amenace, o que un atajo de inútiles llamados políticos le den normas, o que unos padres desorientados les traten de llevar por el buen camino. A esos jóvenes solo les queda adormecerse con drogas, sexo y reguetón, o bien mantenerse en un infantilismo adolescente perpetuo, y eso, desgraciadamente, es lo que está sucediendo en nuestro mundo moderno, y me temo que no solo a nuestra juventud. 

Nos hemos sentido amenazándose por una mierda de virus, cuando en el fondo tenemos una situación mucho más peligrosa. Vivimos en una sociedad sin instituciones ni líderes de confianza, en una apariencia de democracia infantilizada, incapaz de desarrollar reglas y normas que nos permitan sentir control, confianza, valor, utilidad, y sin eso no podemos tener esperanza, ni ganas de luchar, ni confianza en el destino, y así nos mantenemos entre el infantilismo perpetuo y la vida adormecida por las apariencias, la diversión y la irresponsabilidad. En cierto modo esta pandemia nos ha llevado a todos a sentirnos como esos jóvenes sin control, sin valor, sin esperanza, y lo peor es que ese virus no tiene vacuna que le asuste, ni nada que le obligue a rendirse y cambiar.