En coma por humedades el sepulcro de Gil de Siloé en Santa Ana

I.L.H.
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De ese modo se atajarían las humedades que atacan la obra del gótico florido. La tumba de Fuentepelayo ha perdido ya varias figuras y filigranas, pero no hay proyecto ni presupuesto de intervención a la vista

Félix Castro, presidente del Cabildo, señala las pilastras desaparecidas. Junto a él Juan Álvarez Quevedo observa otras zonas deterioradas. - Foto: Luis López Araico

No es la primera vez que hablamos del deterioro de este sepulcro pero, dado que aún no se ha intervenido en él, su urgencia va en aumento y empieza a ser algo más que preocupante. La tumba que esculpió Gil de Siloé en la capilla de Santa Ana (pegada a Santa Tecla) se cae a pedazos. Literalmente. Le ocurre lo mismo que a los relieves de Felipe Vigarny en el trasaltar -ahora restaurados-, tallados también en piedra de Briviesca, mucho más porosa que la de Hontoria y susceptible de su fractura al contacto con la humedad y los cambios de temperatura. «La piedra se desintegra», apunta el presidente del Cabildo, Félix Castro, mientras señala las grietas que presentan algunas zonas y cuya rotura lo convertirá en breve en pérdidas definitivas.

La restauración del sepulcro donde reposa Fernando Díaz de Fuentepelayo, primer capellán y hombre de confianza del obispo Luis de Acuña, es uno de los asuntos pendientes dentro del saneamiento de la Catedral para atajar las humedades que vienen del Castillo. Hablamos de una pieza del gótico florido que sirvió de modelo para otros sepulcros de finales del siglo XV. «Es una obra que urge. ¿Más que las vidrieras de la capilla de los Condestables que ya cuentan con un presupuesto para su restauración? Puede ser. Aunque son urgencias distintas porque los vitrales también corrían peligro. Hemos intentado restaurarlo con mecenas y pidiendo que se incluya en los programas de rehabilitación de la Junta, pero de momento no ha entrado», detalla Juan Álvarez Quevedo, de Patrimonio del Cabildo.

Con el mismo mal que el trasaltar, cabe pensar que para eliminar las humedades y las sales que estropean la piedra debería utilizarse un procedimiento similar al que se usó con los relieves de Vigarny.

Entonces se desmontaron las piezas en peor estado, se sumergieron en grandes pilas para desalinizarlas y se volvieron a colocar, aislando también la parte trasera por donde accedía la humedad. Pero eso aquí no se puede hacer, según el Cabildo, «porque está empotrado en el muro y sería problemático desmontarlo». No queda otra que hacerlo in situ. «Habría que utilizar papetas (elementos que se usan para sacar las sales empapando las piedras), sanear luego la parte baja del sepulcro y colocar una especie de plancha para evitar que ascienda la humedad en el futuro».

Una actuación «de envergadura». Es por ahí, por el suelo, por donde creen que provienen sus males. En su día se dijo que se filtraba desde la capilla de Santa Tecla, pero Álvarez Quevedo cree que la humedad llega «desde la parte inferior y el lado derecho». Por eso creen que habría que levantar el suelo, algo que no se ha hecho en siglos. «Es una obra de envergadura que necesita también de un estudio completo -el Cabildo en su día analizó una parte-. Calculamos que se necesitaría una inversión de 120.000 euros».

El deterioro al que aludimos es evidente con solo asomarse al sepulcro protegido por una cinta para evitar siquiera su roce. En la parte inferior se ha perdido la lectura de dos personajes en una escena que tampoco se reconoce; y en el otro extremo, junto a san Antolín, los animales aparecen incompletos. En cuanto a las pilastras que recogen a seis apóstoles, solo se conservan dos en buen estado. Han desaparecido también las filigranas de los arcos del sepulcro, la leyenda de la cartela no se puede leer y el zócalo no se conserva.

Pero lo peor es observar grietas que anuncian las desapariciones venideras. Una amenaza constante que, mientras no se detenga, seguirá haciendo desaparecer lo que Gil de Siloé esculpió para que allí fuera enterrado la mano derecha de Luis de Acuña, el obispo que mandó construir la capilla a finales del siglo XV. Una joya que se desintegra.