Inés Praga

Esta boca es mía

Inés Praga


Gordofobia

01/05/2023

La Generalitat de Cataluña prepara una normativa para que se fabriquen tallas de ropa que reflejen la mujer real y eliminen la tiranía de la extrema delgadez que tanto perjudica a las usuarias. 

El tema no es nuevo y afecta sobre todo a las mujeres, pero no exclusivamente. Algunos recordamos en nuestra clase un niño gordito que, por el simple hecho de serlo, era diana de burlas y chistes. Y si encima llevaba gafas, se le demonizaba como empollón, chivato e inútil para el fútbol, entre otros delitos. No mejoraba la cosa en la adolescencia, con su culto al cuerpo como valor absoluto: unos kilos de más les dejaba a ellos y ellas fuera del mercado cruel del ligoteo.

El infierno de la gordura femenina ha sido el tema de películas como Precious o Cerdita, aunque es un problema que no depende del sexo ni la edad, como refleja Gordos. Y en un éxito reciente, La Ballena, el malestar con el propio cuerpo conduce a un varón adulto a la autodestrucción, algo parecido a lo que sucedió con Elvis Presley o la cantante Cass Elliot, del grupo The Mamas and the Papas; ambos murieron a una edad muy temprana, presumiblemente por los riesgos de su enorme peso y su apetito insaciable. 

Pero detrás de una persona con obesidad no hay solamente un glotón, sino componentes genéticos, problemas sicológicos, soledad, traumas o una desigualdad social que añade kilos desde la infancia, siendo evidente que entre los pobres hay más gordos que entre los ricos.

El caso es que un asunto tan serio como la salud se ha frivolizado hasta extremos obscenos y hoy la gente se cuida para ser aceptada socialmente, sobre todo los jóvenes. Ser gordo está mal visto y te cierra puertas, incluso profesionales, en un mundo tiranizado por la imagen. Ahí sigue el estigma de que los obesos son más vagos, tontos y caóticos que los delgados, algo que los tebeos, la literatura y el cine han caricaturizado hasta la saciedad, creando la falacia del 'gordo feliz y bonachón'. Si han leído la gran novela La conjura de los necios, ¿pueden imaginar delgado a Ignatius Reilly? 

La falta de respeto al cuerpo humano, propio y ajeno, y las nocivas etiquetas que lo categorizan y condenan deben abordarse como un problema grave. Pero, oh paradoja, el gran objeto de deseo de todos los españoles sigue siendo que te toque el Gordo. ¿Habrá que cambiarle el nombre?