En lo alto de la investigación en párkinson

GADEA G. UBIERNA
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El burgalés Javier Blesa lidera un estudio que demuestra que se puede abrir, de forma temporal y sin secuelas, la barrera protectora del cerebro y administrar fármacos en regiones concretas para tratar enfermedades neurodegenerativas

Javier Blesa, en el laboratorio del centro CINAC de HM Hospitales, en el que trabaja. - Foto: DB

No es exageración afirmar que el biólogo y bioquímico burgalés Javier Blesa ha alcanzado este mes una cota de altura en la investigación en enfermedades neurodegenerativas, dado que es, junto a José Ángel Pineda-Pardo, autor principal de una investigación muy esperanzadora en el tratamiento de patologías como el párkinson, el alzhéimer o la esclerosis lateral amiotrófica (ELA). «El mayor problema que tenemos con estas enfermedades es que no hay manera de meter fármacos en el cerebro en grandes cantidades», cuenta, en conversación telefónica, para contextualizar la importancia de que el equipo del Centro Integral de Neurociencias de HM Hospitales del que forma parte acabe de demostrar que es posible abrir la barrera protectora del cerebro -de forma temporal, no invasiva y sin secuelas- y liberar sustancias en una o varias regiones concretas. «Nosotros nos dedicamos a la enfermedad de Parkinson, pero se podría aplicar a la de Alzheimer, a la esclerosis lateral o incluso a tumores», destaca Blesa, matizando que, no obstante, el camino hasta la aplicación terapéutica en personas aún es largo. 

Hace «cinco o seis años» que el equipo empezó a trabajar en la investigación que ha publicado este mes la revista especializada Science Advances, un trabajo en el que prueban que es posible que una sustancia -en este caso, virus modificados- llegue al cerebro mediante la apertura temporal y no invasiva de la barrera hematoencefálica. «Los vasos sanguíneos del cuerpo son, por así decirlo, permeables: cuando se administra un medicamento, permiten que se libere. Pero los vasos del cerebro están completamente sellados, rodeados de neuronas y de otro tipo de células que las aprietan y no permiten que pase nada», explica Blesa, añadiendo que esa barrera, la hematoencefálica, «evita que entren virus o bacterias». 

Pero esos vasos sanguíneos que cuidan del cerebro permitiendo el paso de agua y oxígeno y cerrándoselo a todo lo demás, también dificultan la asimilación de la medicación que se administra a personas enfermas. Y a esto se añade que, cuando la sustancia entra en el cerebro, se distribuye por todo el órgano y en la misma cantidad. En cambio, con la técnica que Blesa y el resto del equipo han estudiado y probado en macacos, «la sustancia que administras entra [en el cerebro], en mayor cantidad y de manera focalizada. Y no solo eso, nosotros demostramos que puede llegar a varias regiones a la vez; algo importante porque las enfermedades neurodegenerativas suelen afectar a más de un área».

Ultrasonidos. Para dirigir la terapia emplearon ultrasonidos de baja intensidad, «que es una técnica que lleva años desarrollándose», cuenta. El funcionamiento, explicado de forma muy básica, se basa en la introducción de «unas burbujas rellenas de gas, que ya se usan para contrastes del corazón, por ejemplo, y que viajan por los torrentes sanguíneos. Van por todo el cuerpo, pero cuando das con el haz de ultrasonidos en la región que te interesa, empiezan a juntarse unas con otras, a rebotar... Hacen que el vaso sanguíneo se expanda y que la barrera hematoencefálica se abra. Y por ahí comienza a entrar la sustancia. La introducimos por vía intravenosa, pero en el cerebro solo penetraría en el sitio en el que hemos dado con el haz de ultrasonidos». El resto seguiría protegido por la barrera natural del organismo.

Para el estudio, el equipo de HM empleó virus modificados que se usan en terapias génicas (vectores virales adenoasociados, del serotipo 9), también para pacientes con párkinson. «Hay varios ensayos en los que la terapia génica se introduce con una jeringuilla en el cerebro, pero eso implica que le abras el cerebro al paciente y le pinches. Ha de ser una única inyección: si hay varias regiones afectadas no puedes pinchar varias veces porque agujerearíamos el cerebro», aclara el investigador.

Los vectores virales adenoasociados que se introdujeron en este estudio expresan una proteína verde, fluorescente, que es la que ha permitido verificar que el fármaco llegó a la región del cerebro que interesaba. «El siguiente paso sería introducir algo terapéutico, que tenga un efecto. Primero en modelos animales y, si fuera bien, en pacientes. Es el sueño de todos y nuestra idea», afirma.

Ahora bien, el camino no es corto. «Tenemos una pequeña limitación», admite, explicando que la terapia se administra por vía intravenosa. Es decir, que con su técnica, en el cerebro penetraría solo en el lugar en el que interesa, pero en el resto del organismo circularía libremente. «En eso es en lo que más tendremos que trabajar; en qué molécula introducimos, en que no tenga efecto periférico ni toxicidad en el resto del cuerpo y que, sobre todo, provoque un efecto positivo en el cerebro. Es decir, que las neuronas que se están muriendo dejen de hacerlo. Esa es nuestra ilusión. Los enfermos de párkinson tienen medicación, pero en alzhéimer o en esclerosis lateral cualquier cosa es más que nada».