De la granja a la mesa. Ese es el recorrido de los lechazos de un proyecto global que puso en marcha hace 10 años un joven empresario ribereño, Eduardo Abad, que a sus 36 años ha logrado acuñar el término de oviturismo. Algo inspirado en el tan nombrado enoturismo pero sustituyendo el vino por todo lo que rodea a la ganadería de ovino, desde su crianza y cuidado hasta la degustación de su carne asada, como manda la tradición gastronómica de la comarca.
El primer paso, inspirado por el pasado ganadero de su familia, fue crear una explotación para poder obtener la mejor materia prima. En su localidad natal, Pardilla, y con ayuda de sus padres, Eduardo dejó de lado su formación universitaria de químico y fue creando poco a poco una ganadería basada en la mejor selección genética, obteniendo unos corderos de raza churra que pasan por ser los mejores de la zona. «Nosotros en crudo ya teníamos los mejores corderos, corderos como los míos hay, mejores no», asegura el Eduardo ganadero, que llega a calificar a sus animales como las Koplovich de las ovejas.
Con una inversión que ronda los dos millones de euros, las más de 1.200 cabezas de ganado habitan en tres naves diferenciadas en las mejores condiciones posibles, con el objetivo de lograr la mejor calidad cárnica posible. Una vez conseguida, el siguiente paso era crear un centro de recepción de visitantes, que también hace las veces de degustación gastronómica donde poder comprobar cómo el cuidado de los corderos da un producto inmejorable.
el último paso. Ahí surgió ‘Paradilla 143’, el nombre con el que Eduardo Abad ha bautizado su proyecto. Paradilla como juego de palabras con el topónimo antiguo de Pardilla, que se estima que fue Paradilla, y el punto kilométrico de la A-1 donde se encuentra la salida para llegar hasta allí. «Quiero, primero, que la gente conozca la ganadería, que venga a mi casa y pise mierda como piso yo todos los días, porque la gente viene a comer y les enseño todas las instalaciones para que conozcan cómo funciona una ganadería», reconoce Abad.
Y es que en torno a las naves ganaderas y el centro de recepción de visitantes ha creado un parque infantil, unos jardines que facilitan hacer una ruta botánica y todo para posibilitar que los que se acerquen hasta allí puedan recorrer las instalaciones, conocer en persona lo que allí se hace. El final de esta experiencia global debe ser la degustación del lechazo asado.
Para ello, gracias a un proceso de investigación realizado por el área de Tecnología de los Alimentos de la Universidad de Burgos, este empresario ha logrado obtener el sistema idóneo para asar la carne, de manera tradicional, y antes de que culmine el proceso, parar la cocción y envasarlo al vacío de manera que, en el momento de consumirlo, no sepa a recalentado, porque lo que se hace en realidad es terminar de asarlo.
El consumidor final tiene varias opciones para degustar estos lechazos: comerlos en la misma Paradilla 143, llevárselos calientes a casa o pedirlos envasados, allí mismo o por internet, y llevárselos dónde quiera para consumirlos cuando precisen, ya que duran en torno a dos meses conservados en el frigorífico sin perder sus cualidades, tan sólo hay que abrir la bolsa, meterlo en una tartera durante 30 minutos y a disfrutarlo.
Un proyecto completo, global, que tiene su base en la calidad de las ovejas, de su carne y del proceso de asado y envasado para ensalzar al rey de la gastronomía ribereña: el lechazo asado.