El valor de la diferencia

ALMUDENA SANZ / Burgos
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Berbiquí celebra diez años como un proyecto único en Castilla y León, con más reconocimiento fuera que dentro, que apuesta por la integración de personas con y sin discapacidad a través del arte

Lorena Saiz (mono rojo) e Inés Santamaría (vestido rosa), con parte de quienes avivan el día a día de este proyecto. - Foto: Patricia

Esta es la historia de un sueño. De la inquietud de una artista y de una terapeuta. Del convencimiento de Inés Santamaría y Lorena Saiz de que el arte no entiende de etiquetas. Esta es la historia de Berbiquí. De una asociación que creyó en el poder del arte para la integración de las personas con y sin discapacidad. De un proyecto único en España, que, para pasmo de sus fundadoras, ha alcanzado su décimo aniversario y avanza con el reconocimiento de la sociedad, más de la foránea que de la propia, aunque siempre ha encontrado fieles aliados en su patria chica. 

Hace diez años, Santamaría, artista plástica, empezó a dar clases a personas con discapacidad. Tras un tiempo, se percató de una carencia. No había centros de educación artística, reglada o no, adaptados a sus necesidades. «Sabiendo lo que para mí había significado el arte, me parecía injusto que ellos no tuvieran acceso. Me daba mucha rabia», se extiende. 

Su primera decisión fue llevárselos a su estudio, y lo hizo hasta que se dio cuenta de que eso era inviable. No se resignaba. Este comecome coincidió en el tiempo con el flechazo que sintió ante una escultura. Cuando brujuleó en busca de su autor, descubrió que la firmaba una mujer con Síndrome de Down, Judith Ascott, con una biografía apasionante que queda recogida en el documental ¿Qué tienes debajo del sombrero? 

El ambiente distendido se palpa durante todos los talleres. El ambiente distendido se palpa durante todos los talleres. - Foto: Patricia

«Lo que más me gustó es que primero me enamoré de la obra y luego me fascinó más descubrir que detrás había una persona con esa discapacidad. Esto es lo que queremos con los chavales, que se valore su arte, que puedan dedicarse a él. Queremos que entiendan que hay maneras diferentes de crear y de hacer. Estamos en esa lucha. Es difícil, sí, si siendo artistas sin ninguna etiqueta ya es complicado, imagínate sumar arte y discapacidad», resalta. 

Ellas también soportaron prejuicios cuando en 2013 se pusieron en marcha (las acompañaron María José Romero y Eva Saiz). Saiz recuerda a quienes se echaron las manos a la cabeza y las tacharon de locas por su afán por trabajar de manera inclusiva, con todas las personas. «Para nosotras era fundamental porque todas tienen en común que aman el arte. Unas como una forma de ocio, otras con intención de profesionalizarse. Hoy este modelo está muy en boga, pero en su época no se conocía en una ciudad como Burgos», deshilacha y observa las bondades de este método, que hace que se aprenda a respetar y educar en la diversidad. «Es maravilloso que entendamos que no todos somos iguales y que cada uno tiene unas capacidades»

Las tienen Juan Elena, viento en popa en su carrera creativa; y Julia Vicario, que ha hecho de los dibujos de piscinas su seña de identidad; y Vera Pérez, que tiene 14 años y lleva desde los cuatro empapándose de emociones; y Laura Pérez, que aún no se cree que todo lo que emprende lo borda, sean cortometrajes o esculturas con materiales reciclados...

Una veintena de alumnos asiste a los talleres de Artes Plásticas y de Artes Escénicas y Visuales que vertebran el curso. Se completa con proyectos puntuales como la grabación de cortometrajes, programas intergeneracionales, iniciativas encaminadas a la profesionalización como Dibuvoces, colaboraciones con otros espacios como la Escuela de Arte y Superior de Diseño o el Museo de la Evolución Humana... 

Todo parece pintado de rosa. Y la realidad es que algún nubarrón también pende sobre sus cabezas. Levanta la voz Santamaría para lamentar que aún no son profetas en su tierra. «Me parece increíble que se nos conozca mucho más fuera que en nuestra ciudad. Los proyectos pequeños necesitan más apoyo. A veces solo se ve la parte bonita», siente y pone sobre la mesa el intercambio que en este tiempo han mantenido con proyectos de Alemania, Portugal o Francia. 

La burocracia se suma a esa lista de puntos negros en su biografía. Se quejan del tiempo que los come, de la dificultad para arañar la más mínima ayuda económica y el desgaste que supone rastrear todas las convocatorias... 

«La cuota que se paga por los talleres supone un pequeño apoyo, pero estamos continuamente buscando financiación. Siempre a la caza y captura de la subvención. Nos presentamos a todo lo que sale y podemos abarcar», plantea Saiz e ilustra Santamaría, que gracias a esa labor en ocasiones han contado con personas que las ayudan, si no, se apañan ellas solas. «Muchas veces se creen que somos más gente y se sorprenden de que solo seamos dos», anota sin dejar de encender los focos sobre padres, amigos y colaboradores, siempre dispuestos a echarlas una mano. 

Por dar una de cal y otra de arena, agradecen haber contado desde el minuto uno con un espacio en la Casa de Cultura de Gamonal por cortesía del Ayuntamiento. 

«Es un placer porque temíamos que nos instalaran en un centro sociosanitario, pero nosotros hacemos arte y cultura y un primer paso era estar en un edificio para el arte y la cultura como este», agrega Saiz con una mirada a la estancia, luminosa, con mesas corridas en las que trabajan todos los jóvenes codo con codo, con carritos cargados de rotuladores, pinturas, témperas o botes. Un lugar con cajas y estanterías en las que se adivina un mundo por crear. 

Si veinte años, que cantaba Gardel, no son nada, menos parecen los diez que suma Berbiquí. Pero lo son, y muchos. Y, aunque ondean el piano piano, se imponen como retos consolidar definitivamente el proyecto y terminar de poner sus cimientos. «Nos hemos posicionado en Burgos y tenemos nuestra proyección fuera, pero necesitamos una estabilidad», convienen. 

Ese punto de hastío queda diluido por el jaleo que montan los alumnos, inmersos en sus dibujos, reels para TikTok u otras manualidades. «Hacemos este trabajo por amor y porque creemos en el proyecto y en los chavales», enfatizan ambas con una sonrisa y seguras de que cumplirán muchos más.