Ya iba preparando las maletas para reunirse con la familia, como en el portal de Belén se reunieron, y celebrar la Navidad en el pueblo, allí donde todavía habitaba la paz distante de los problemas de la ciudad y no era necesario hacer un certificado para salir a pasear por el robledal; donde no estaba prohibido fumar junto al banco de la casa y la vida todavía era natural, como de gente normal.
Pero surgían feas amenazas: aranceles, como en el Medioevo, peajes, frenadas en autovías convertidas en autopistas, ralentizando los trayectos, prohibiciones de no poder fumar en el propio vehículo, aun yendo solo, además de prohibir el tabaco en terrazas e incluso en las amplias playas, aunque el humo a nadie alcanzara; más rigores con el tráfico... nuevas reducciones de velocidad, multas copiosas. Habría que llevar casco incluso sobre un patinete ¿y cuando salgamos caminando a la calle? Casco y visera con mascarilla. Cada vez son más quienes me dicen, de cierta edad ya, que en tiempos de Franco había mucha más libertad. Ahora, además, se meten en la casa de cada cuál y hurgan en la vida conyugal y comunal, reglamentando lo que hemos de hacer pero también lo que hay que pensar, como en la revisión de la historia oficial del país, prohibiendo cualquier discordancia con el relato oficial. Delitos de odio, de sentimientos torcidos, de no sentir lo que hay que apoyar con pasión, de no decir o de hablar sobre lo que no se puede señalar... Todo vetado quede, salvo lo que el gobierno decrete.
Altos impuestos y trabas burocráticas frenan las inversiones norteamericanas en nuestro país, le confesaron a Ayuso en su viaje a Nueva York; la complejidad administrativa frena la creación y fusión de empresas en España, dicen las asociaciones de empresarios. El mismo lastre se da en la investigación de nuestras universidades y los médicos han de perder más tiempo rellenando papeles o en la red y tediosa, compleja maraña, de las informáticas aplicaciones, que en curar o estudiar los nuevos modos de parar la enfermedad. También se quejan ingenieros, arquitectos..., de las tramas administrativas, llenas de normas pensadas por «bienpensantes» maníacos en despachos ministeriales, que impiden a mil y un oficios desarrollar su natural cometido. Los profesores ya no pueden enseñar sino rellenar expedientes, hacer informes, autoexaminarse, autoacusarse como los reos de herejía de otros tiempos, en cuanto se salen del camino de las reglas que hoy todo lo llenan.
¿No sería mejor pagar a esos leguleyos generadores de papeleo perennes vacaciones? Organizan y cercenan nuestras actividades: la libertad es hoy palabra prohibida y letal para el sector gubernamental. Normas, leyes, burrocracia, idiotacracia... Hasta que felicitemos la Navidad querían prohibirnos, no vaya a ofenderse el fanático musulmán: pero en un pesebre, sin certificado de habitabilidad, quizás la Luz renacerá.