Las metástasis aumentan la incidencia del tumor cerebral

GADEA G. UBIERNA / Burgos
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Los cánceres de pulmón, mama, colon, riñón y los hematológicos se extienden con más frecuencia y las lesiones suelen ser malignas. La buena noticia es que hay investigación

El neurocirujano Pedro Delgado-López explica que en el HUBU se tratan todos los tumores cerebrales. - Foto: Luis López Araico

Neurocirugía del HUBU diagnostica cada año entre 40 y 50 tumores con origen en el cerebro (primarios), pero la incidencia se está incrementando a medida que aumenta la supervivencia de personas tratadas por un cáncer en otro órgano y, especialmente, en el pulmón, la mama, el riñón o en la sangre. «Cuanto más sobreviven los pacientes de otros cánceres, más posibilidades de que se extienda a la cabeza. Y por eso aumenta la incidencia», explica el jefe del servicio, Pedro Delgado-López, subrayando que «no es que estén saliendo más tumores en el cerebro, sino que, antes, las personas con otros cánceres no vivían lo suficiente como para desarrollarlos».

El próximo jueves, 8 de junio, se celebrará el día internacional de este tipo de cáncer, cada vez más frecuente y, sin embargo, mucho menos conocido que otros. Y aunque la probabilidad de desarrollar un tumor primario en el cerebro es muy baja -le sucede a menos del 1% de la población adulta, pero al 15% de los niños- el riesgo de metástasis desde otro punto del organismo, no. Con la peculiaridad de que, como apunta Delgado-López, «las metástasis cerebrales, en general, se consideran malignas. Y otro tanto sucede con los tumores primarios. «Los más frecuentes, desgraciadamente, son los malos: los que llamamos gliomas de alto grado», afirma el especialista. 

La buena noticia, no obstante, es que ahora hay mucha investigación en ese tipo de masas anómalas y, en concreto, en el glioblastoma. «Es de grado cuatro, el más importante y frecuente, por lo que también es en el que más impacto tendría un tratamiento con mayor eficacia», apunta.

Delgado-López se dedicó a la Neurociencia por el reto que supone actuar sobre esta parte del organismo: «Es la esencia de la persona; no es lo mismo manipular el cerebro que otras partes del cuerpo». Esta particularidad conlleva que el abordaje del cáncer también es algo diferente. El primer condicionante radica en las características propias del tumor, del tipo de células que lo han generado. «En el cerebro hay dos clases: las neuronas o las glías, que son, por así decirlo, las células de soporte de las neuronas y el armazón del cerebro», aclara el neurocirujano, antes de explicar que «la mayor parte de los tumores nacen de la glía y, de estos, más de la mitad son malos; los de las neuronas, en general, son buenos, en el sentido de que no son metastásicos ni agresivos, pero son la gran minoría».

Casi todos los tumores son esporádicos, en el sentido de que no se relacionan con factores de riesgo. «No hay estilos de vida, tóxicos, contaminantes... No hay nada que uno pueda hacer para evitar un tumor cerebral», dice Delgado-López, antes de referirse a la única excepción: «Que se sepa, solo hay un predisponente, que es la exposición a radiación ionizante. Si se ha recibido radioterapia en el pasado o si se ha tenido contacto con una fuente de radiación tan grave como un accidente nuclear». Otra excepción son algunos síndromes hereditarios, pero, dado que es genética, tampoco son evitables.

Tratamiento y síntomas. De ahí que la incidencia de los tumores primarios en adultos esté bastante estabilizada entre 5,8 y 10 casos por cada 100.000 personas y, en Burgos, entre 40 y 50 al año. En menores de 15 años es mucho más alta y, de hecho, el cáncer cerebral es el segundo más frecuente en la infancia, tras las leucemias. Pero esta incidencia empieza a variar por los cánceres metastásicos.

Y eso a pesar de que el cerebro cuenta con una membrana protectora, la barrera hematoencefálica, que permite el paso del agua y del oxigeno y se lo cierra a lo demás. A veces, no lo suficiente como para evitar la extensión de un cáncer, pero sí lo bastante como para dificultar la administración de un tratamiento convencional. «Hay muchas medicaciones y quimios que no acceden. Por eso, casi todos los tratamientos que se hacen son locales: cirugía, radioterapia o quimioterapia intraintersticial en lugar de intravenosa, como cuando el tumor está en otro órgano.

El HUBUtrata todos los tumores cerebrales, dado que el complejo dispone de las tres técnicas básicas: la neuronavegación, que es una tecnología que ofrece imágenes; la monitorización neurofisiológica, que permite comprobar si hay continuidad de los nervios mediante sensores que, como en un electrocardiograma, se colocan de la cabeza a los pies; y, por último, la fluorescencia, en la que se administra un contraste al paciente para, mediante una luz especial, distinguir bien la masa tumoral y sus bordes, para extirpar el máximo posible sin tocar otras partes del cerebro. 

Y, así, dado que hay zonas que no se pueden monitorizar, como las del lenguaje, las cirugías en las que se quiere preservar esas áreas, se hacen con el paciente despierto. «Es como muy espectacular, pero se practican desde hace décadas; nosotros hemos hecho centenares», apunta, aclarando que en el cerebro no hay receptores para el dolor. «Lo único que duele es la piel: anestesias y cortas», explica.

En cualquier caso, todos los tumores son tratables, pero la expectativa de vida difiere de la composición celular. En los que se originan en las glías, que son más frecuentes que los neuronales, se sabe que los de grado uno «se curan siempre» y los de grado dos «tienen una supervivencia de muchos años». Pero los más avanzados, los de grado tres o cuatro, tienen peor pronóstico: «En el grado tres se vive tres o cuatro años y con un grado cuatro, a pesar de la radio y la quimio, unos quince meses». Si no hay tratamiento, la supervivencia media se reduce, pero, si se pone, «es igual en todas partes, da lo mismo España que Suiza o Japón», apunta el neurocirujano, matizando que se debe a que la expectativa de vida no depende tanto del tratamiento como de la agresividad de las células.

Los síntomas son de tres tipos: o crisis epilépticas (tanto convulsiones como ausencias u otras), la focalidad neurológica (si se daña la parte del lenguaje, no se puede hablar, por ejemplo) o la hipertensión intracraneal (el cerebro se inflama tanto que no cabe en el cráneo y hay que tratarlo de urgencia). «Con las técnicas que hay ahora, se mantiene bastante bien la calidad de vida hasta el final», concluye el jefe de Neurocirugía.