El verano es siempre una estación esperada. Burgos tradicionalmente era una reserva de tiempo fresco dentro de un país abrumadoramente cálido. Pero ya hace tiempo que nuestra provincia disfruta de cuatro estaciones y no de dos como nos decía la tradición. Este año la meteorología ha estado muy presente en nuestra realidad, donde marzo mayeó y mayo marceó; donde el agua de mayo llegó en junio y estos caprichos del tiempo han dado una tregua a la sequía. Este año se estaba desarrollando sin sobresaltos. No tenemos guerras nuevas, el precio de la energía se ha moderado, la inflación ha retornado a la senda deseada y el empleo mantiene una tendencia favorable. El sobresalto ha llegado de la mano de las decisiones políticas con el adelanto en la convocatoria de los comicios generales en la segunda quincena de julio, uno de los periodos vacacionales preferidos por los españoles. Allá donde se presume actuar en favor de la participación, se fija la fecha para realizar las votaciones en uno de los momentos más desfavorables del año. 

Llama la atención cómo en estos días preelectorales todos los líderes cierran filas en torno a las promesas a la ciudadanía si son los elegidos, pero ninguno de ellos dice cómo pagará la cuenta de dichos dispendios. En los últimos años, la presión fiscal en España ha crecido varios puntos, sobre todo a las clases medias, aunque se pretenda esconder tras las supuestas subidas de impuestos a los ricos. Hagan un sencillo ejercicio y dividan lo que han pagado en su declaración de IRPF, retenciones incluidas, por los ingresos obtenidos en el año y comparen los cuatro últimos años. Esa es la evolución. El año 2022 fue un buen año, el producto interior bruto creció 5,5%. Los ingresos tributarios estuvieron en máximos históricos y el Estado gastó 63.776 millones de euros más de los que ingresó, el gasto público creció en 23.400 millones de euros. El dinero es un recurso escaso que se debe gestionar, esa es la ciencia económica, aunque no parece que se le haga mucho caso.