El caballete, equipaje fiel. Una frase, un titular. El del reportaje con el que conecté por primera vez con el concurso de pintura rápida de la Catedral. Casi me estrenaba en el género de la entrevista reportajeada. Me tocó escribir sobre las premiadas. Y me encantó descubrir un poco más de cerca la naturaleza de este tipo de certámenes, en los que talento, inspiración, delicadeza, disciplina y reto se entremezclan en una jornada vertiginosa, propia del arte de la pintura rápida. Un día trepidante por los tiempos en los que deben desarrollarse las obras y también calmo, propio de la quietud de quien maneja los pinceles con el mimo del artista. Es esa conjunción de la rapidez y el sosiego la que me atrapa, junto con las huellas que deja la cita cada año. 

Es mágico pensar cómo creaciones realizadas en horas se convierten en imperecederas. Como eternas son también muchas de las amistades fraguadas en torno a este tipo de eventos, marcados en el calendario por profesionales y aficionados de la pintura al aire libre. Ahí también reside la esencia de este tipo de citas: en el reencuentro y empatía entre artistas, ciudades y vecinos. 

Y así se palpó en Burgos. Una ciudad que se convirtió en un lienzo entre lienzos, con la cultura como protagonista. Y no solo por la pintura. El Zurbarán Rock superó los 10.000 asistentes. De nuevo, el ambiente generado dentro y fuera del festival convierte la cita en un proyecto de los que conectan con la ciudad. En nada llegan el Pollogómez, el Sonorama, Ebrovisión... sin olvidar por ejemplo el Tablero de Música, entre otras encomiables apuestas por la cultura en la provincia. Un lujo, para foráneos, vecinos y localidades como Silos o Frías, donde continuó el fin de semana la fiesta de la pintura. 

No escuché hablar de Cultura en el famoso debate entre Sánchez y Feijóo. Resulta, políticos del mundo, que la cultura sí conecta.