Palomas que arruinan el terraceo

H. JIMÉNEZ
-

La creciente presencia de estas aves en el lado norte de la Plaza Mayor llena de excrementos la parte interior de las columnas de los soportales y supone un serio problema para los establecimientos con veladores

Están tan acostumbradas a la presencia humana que no se cortan a la hora de invadir las mesas y atacar los cruasanes y los cafés a medio consumir. - Foto: Luis López Araico

Será porque también les gusta el solecito y las temperaturas suaves. Será porque el mayor consumo en exteriores les deja más restos de comida que pueden aprovechar. O será porque se arriman al calor de las viejas cajas eléctricas y encuentran un refugio ideal entre los toldos y los soportales.

Nadie es capaz de ofrecer una sola razón, pero lo cierto es que las palomas están dando mucha guerra estos días. No es un fenómeno exclusivo de ningún barrio, pero por su visibilidad y por la concentración de negocios es especialmente llamativo en el entorno de la Plaza Mayor, y concretamente en el lado norte de este recinto.

No hace falta fijarse demasiado para descubrir sus excrementos salpicando la base de las columnas que sostienen los soportales, especialmente en la parte interior de los mismos. Algunas de las deposiciones parecen recientes, pero muchas otras están resecas y casi mimetizadas con la piedra, lo que indica que llevan semanas o meses sin limpiarse.

Si en lugar de mirar hacia el suelo dirigimos la mirada al techo, encontraremos palomas encaramadas en cualquier lugar que deje unos centímetros para su apoyo. Semiocultas entre el cableado, los capitales, el artesonado, las barras metálicas… demuestran una asombrosa capacidad de adaptación y las terrazas son su mejor fuente de alimentos.

Javier Martínez, de la cafetería Juarreño, dio la voz de alarma hace unos días cuando colgó en sus redes sociales varias pruebas gráficas de lo que está sucediendo. Y basta con esperar unos minutos en las mesas que ha sacado a la calle este establecimiento para comprobar que estas aves se pasean sin pudor entre los clientes en busca de las migas de un cruasán, de los restos de unas patatas o al olor del café.

Tienen tanto descaro y tan poco miedo que les falta hacerle un gesto a los camareros para pedir otra ronda. Y si aletean de contentas o porque se pelean entre ellas, adiós vajilla. «A mí las palomas me están costando dinero», se lamenta Chema Ramos, de la cafetería El Centro. «Cagan a las camareras, se tiran a por las galletas, derraman los cafés o los vinos. Y así llevamos varios años», subraya entre el enfado y la resignación.

(El reportaje completo, en la edición impresa)