«No ha quedado pared sobre pared en pie»

P.C.P.
-

Aún con manchas de sangre en sus ropas o con pequeñas heridas en piernas y manos, algunas de las víctimas del atentado relataron así a DB la terrible explosión que les sacó de la cama a las 4 de la mañana tal día como hoy, hace 10 años

«No ha quedado pared sobre pared en pie»

«¡Hijos de puta!» Un desgarrador grito emerge de la ventana. Esta es una de las zonas de la capital burgalesa con los edificios de mayor altura. Y la lógica de los bárbaros no falla. A más pisos, más víctimas potenciales. Sin embargo, un extraño silencio reina en el final de la avenida de Cantabria a las 5 de la mañana. Ya nadie duerme y todos saben lo que ha pasado.

«Se han oído muchas voces como esa», apunta Miguel. Dormía con su mujer en un primer piso del número 85. «Gracias a que el vecino no estaba en casa, porque le ha caído la estructura de nuestra ventana en toda su cama», apunta. A ellos le ha salvado dormir con la persiana echada. «Está todo reventado, se ha venido abajo todo», comenta en las escaleras de la Policía Local y los Bomberos, cuyo polideportivo ha sido habilitado para atender a los heridos.

El trasiego de sanitarios, agentes y bomberos es continuo. Pronto se les unen voluntar ios de la Agrupación de Protección Civil municipal y de la Unidad Canina del Grem. Algunos llevan casco, porque incluso en las dependencias policiales resulta necesar io acordonar los pasillos con ventanales más próximos a la avenida de Cantabria. Los cristales cuelgan por todos los sitios y caen de los marcos desencajados.

Prácticamente todos los vecinos han tenido que saltar por encima de un mar de cristal y muchos al andar con chanclas o descalzos se han destrozado los pies. Otros han sufrido el impacto en piernas, brazos y rostro. «A mi hijo no le podíamos sacar de la habitación y estamos en un quinto», comenta una mujer rubia, que solloza mientras deambula de un baño a otro, con el brazo ensangrentado pese al primer vendaje de urgencia.

Los heridos más aparatosos ya han sido atendidos y descansan en colchonetas junto a sus familiares. Hay una embarazada, tumbada intentado respirar, muchos niños y algún perro. Entre el medio centenar de personas allí congregado destaca sobremanera el rojo de la sangre. No porque haya demasiada, sino porque contrasta con el blanco y los colores cálidos de los pijamas y albornoces. Hay quien no ha podido echar mano de nada y espera de pie, con un escueto calzoncillo, hasta que el inspector de la Policía Local Félix Ángel García le alcanza unos pantalones de chandal. «Me ha dejado sin nada», le comenta a modo de excusa. «Estaba en el segundo y he tenido que quitarme todos los cascotes de encima para poder salir de casa», apunta.

Por encima del armario ha tenido que saltar María para salir de casa. Junto a su madre, Begoña, y a su perrita Nela han visto cómo cascaba una pared por en medio. La joven se ha asomado a la ventana de su sexto piso, en el número 89, y ha visto «fuego, humo y mucho fuego» enfrente. «Me han caído 4 ventanas encima», apunta su progenitora, Habían venido de Roa para ir mañana a ver Faunia a Madrid. «Lo bueno es que podremos ir otro día», afirma en positivo mientras mira hacia las torres de la Guardia Civil. «Lo que parece un milagro es que todo eso aguante, con la de años que tiene», exclama.

En el bloque del número 91 estaba Carmen, esposa de guardia civil, y su allegados. Parte de ellos reposan ahora junto a unas espalderas del polideportivo de la Policía Local. «Estamos muy asustados», reconoce para añadir que «ha sido horrible» la explosión, que ellos han vivido en el undécimo piso. «Pero da igual, todos se han destrozado. No ha quedado pared sobre pared», resume. Se ha arremangado el pantalón para esperar a que los sanitarios le practiquen una cura.

Impresionan sobre todo aquellos que tienen la cabeza vendada, como un agente del Instituto Armado. Es uno de los pocos que van de uniforme. El resto van y vienen en pantalón corto y con el chubasquero de Tráfico, o de paisano pero con la placa colgada del cinto, o emisora en mano.

Alicia y Jesús dormían con la ventana cerrada y la persiana echada a cal y canto en la Residencia que dentro del complejo de la Guardia Civil existe para agentes de vacaciones o en tránsito. Para ellos que salieron de Argamisilla de Alba (Ciudad Real) con más de 40 grados, era una noche fresca. Desde la acera de enfrente contemplan la ventana de su habitación. «En la de al lado se ha caído todo el techo. Hoy estaba vacía pero ayer había una familia con niños», apuntan. Han podido recoger sus cosas en la mochila -«somos ruteros»- y solo les falta saber si la moto que dormía en el garaje de la Benemérita se ha salvado.

* Este artículo fue publicado el 29 de julio de 2009, en un especial de Diario de Burgos horas después del atentado de ETA contra la casa cuartel de la avenida de Cantabria.