Juan Francisco Lorenzo

Pensar con los ojos

Juan Francisco Lorenzo


Relaciones humanas

19/07/2022

No puedo ser la mujer de tu vida porque soy la mujer de la mía. Así decía un grafiti que encontré en Granada y que me viene a la cabeza cada vez que escucho conversaciones sobre relaciones humanas en las que el binomio dominante-dominado se hace presente. Algunos dicen que no hay violencia de género, que es un invento progresista, y lo dicen ilustrados por su ideología carpetovetónica desenterrada de los yacimientos de Atapuerca, que nos quedan cerca, y de los que extraen huesos y rostros aunque aún no sean capaces de descifrar las emociones escondidas tras esos rostros. Pero tiempo al tiempo.

Las relaciones humanas son lo mejor que tenemos pero pueden ser lo peor. Y son lo peor cuando aparece ese baile en el que el más poderoso marca el ritmo al débil al ser más astuto, más sutil y más malvado siendo capaz de resaltar y utilizar sus debilidades para hacerle sentir inferior, dependiente, necesitado de esa relación para sobrevivir con dignidad y permitir que otro interprete su vida. Cuántas personas viven a merced de sus interpretadores, no existe tal profesión pero sí existen artistas del ramo que con su labia, su poder o su dinero ejercen ese papel haciendo creer a su víctima que sus consejos mejoran su vida. Podrían llamarse mejoradores profesionales, los hay por todas partes y, si no me creen, echen un vistazo a su alrededor.

Las religiones ejercen ese poder desempoderando a sus acólitos, bien explicándoles que desde su nacimiento están lastrados o bien más tarde taladrándoles el cerebro para convencerles de que sin su ayuda, su mediación y su capacidad de interpretación, su existencia sería errática y sin control. Esa es la palabra: control, lo ejerce el fuerte y el exánime está abocado a reconocer su innata incapacidad.

No crean que exagero, escuchen con atención a muchas parejas, observen el impacto de los narcisos en el trabajo, y no menosprecien la jerarquización en la amistad que acaba convirtiéndola en un campo de minas. 

Pero todo eso tiene solución: darse cuenta de quién eres, dónde estás, hacia dónde quieres ir y, lo más difícil, qué decisiones tienes que tomar: darse permiso para cortar el cable que te ata a la toxicidad. 
No es fácil pero se puede.