Roberto Peral

Habas Contadas

Roberto Peral


Ocho en punto

18/01/2021

Qué tiempos aquellos, hace ahora tres meses, cuando el vicepresidente de la Junta de Castilla y León, don Francisco Igea, no se cansaba de exigir unidad de criterio en la lucha contra la pandemia. «Que se tomen las decisiones que haya que tomar, pero todos juntos, como una nación», clamaba entonces el mismo señor que de un día para otro nos ha metido en casa a las ocho de la tarde descarándose con el Gobierno central, saltándose la ley a la torera y, por descontado, sin consultar a nadie, excepción hecha de esos enigmáticos expertos que lo asesoran y que le mueven a proferir majaderías sobre la puesta de sol con la afectación de un poetastro.

En honor del señor Igea y de su socio, el presidente Mañueco, hemos de anotar que no son, ni mucho menos, los únicos gobernantes que exhiben endeblez de juicio y un derroche de creatividad en el trance de adoptar medidas contra la propagación del virus: en diferentes momentos y lugares, y según criterios cambiantes, se ha decidido aislar municipios, provincias o comunidades autónomas; prohibir la apertura de bares y restaurantes, cerrarlos a las cinco o dejarlos trabajar hasta las diez pero proscribiendo la venta de alcohol de seis a ocho (esta última ocurrencia, debida al genio de los mandatarios andaluces, es sin duda mi favorita, con su mezcla de afán moralizante y espíritu dadaísta); establecer el toque de queda a las diez, a las doce o a la una de la madrugada; y, en el caso de Castilla y León, considerar ayer la situación de cada provincia de forma diferenciada, en función de sus particulares tasas de contagio, para aplicar hoy las mismas restricciones de los bosques lindantes con Vizcaya a la frontera con Portugal.

Nadie niega que el panorama se ha tornado alarmante, y parece muy posible que nos veamos abocados a un nuevo confinamiento domiciliario, pero precisamente por eso la decisión de la Junta resulta especialmente desatinada: atizar en estos momentos un enfrentamiento estéril con el Gobierno de España (que incluso ha provocado un insólito amago de rebelión en algunos ayuntamientos) por la gestión de la crisis sanitaria no parece el mejor expediente para mantener el crédito ante unos ciudadanos sumidos en el desánimo que ya no saben a quién hacer caso y se sienten hastiados de que los obliguen a caminar en círculos. Solo hasta las ocho, eso sí.