Mucho se habla en los últimos tiempos de la necesidad de dotar de servicios al medio rural, por supuesto, de que hay que consumir productos de proximidad, por supuesto, de reducir la huella de carbono, por supuesto. Son tres ideas, pero podría seguir. Lo cierto es que soy una activista de lo cercano, tanto que casi me podría tatuar eso de 'como en casa, en ninguna parte'. Y cada día encuentro ejemplos que me reafirman, experiencias que me hacen insistir en la necesidad de cuidar y luchar por lo de aquí, por lo cercano. 

Como muestra, un botón personal. Hace escasas fechas me estrené como paciente hospitalaria. Me atendieron en Urgencias del Hospital de los Santos Reyes, porque yo vivo en Aranda de Duero y a mucha honra. Pulserita en la muñeca, hasta cuatro pruebas, diagnóstico claro y explicación entendible, que se agradece cuando estás con la bata hospitalaria. Decisión médica: traslado de urgencia, en ambulancia, al Hospital Universitario de Burgos. Hasta aquí, todo bien.

La parte mala de la experiencia llegó en el HUBU, y no por los profesionales, espero, que me hicieron la intervención precisa con diligencia y resultado satisfactorio (incluso con humanidad y comprensión). La frialdad de aquellos inmensos pasillos de Urgencias, la hora de espera para recibir un papel y otras dos más para el transporte de vuelta,... Todo eso para una intervención de no más de 20 minutos. Y no era la única, compartí espera con otros pacientes que, en aquella inhóspita madrugada, soportaban los dolores, miraban con inquietud el reloj y se desesperaban por los enormes tiempos muertos.

Vale que un gran hospital en una capital provincial tiene más medios, más tecnología pero la frialdad de ese edificio mastodóntico no la combate el calor de su plantilla. Yo me quedo con mi hospital comarcal, que espero tener que utilizar poco.