Ha transcurrido ya más de un año desde que empezamos a oír la palabra coronavirus y una realidad completamente desconocida se instauró en nuestras vidas. Nos hemos ido acostumbrando a esta anómala situación y a familiarizarnos con términos como covid-19, pandemia, mascarilla, vacuna, inmunidad, contagio... 
Pero a lo largo de la historia de la Humanidad siempre hubo años de dificultades (pestes, plagas, guerras, tiranías, hambre, tormentas, huracanes, terremotos…). Y todos esos paréntesis se cerraron. 
Hace tiempo que no se habla en sentido positivo, y todas las conversaciones giran en torno al mismo tema. Mucho más placentero resultaría hablar del futuro, de los planes personales, de los caminos que aún tenemos que recorrer en el plano familiar y profesional, de los viajes previstos, de las cenas con amigos…
¿Quién no se apuntaría ahora, por ejemplo, a un viaje a Florencia a contemplar las obras de Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel o Boticelli y, de paso, reservar unos días para visitar los famosos viñedos y bodegas de la Toscana? ¿Alguien renunciaría a pasar unas horas en París con visita ineludible al Louvre? ¿Cuánto daríamos por contemplar la Capilla Sixtina, aunque su belleza nos deje hipnotizados? Sucederá el día en que podamos desplazarnos a esos lugares, aunque tampoco tendríamos que coger el avión si la opción elegida es el Museo del Prado, donde podríamos recrearnos con las exposiciones de Velázquez, Murillo o Sorolla. 
Que el pesimismo no nos cautive. Llegarán tiempos de arte y cultura, de volver a disfrutar de nuestras aficiones, de vivir. La esperanza e ilusión deben permanecer intactas, porque mañana también volverá a amanecer. Y brillará el sol.