Roberto Peral

Habas Contadas

Roberto Peral


Espiritrompa

19/07/2021

A falta de entretenimientos más edificantes, estamos echando el rato estos últimos días con unas estupefacientes grabaciones en las que el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, escarnece a modo a algunas de las más insignes glorias deportivas que han campeado por el club merengue. Lo cierto es que don Florentino, ignorante de que su desahogo sería un día difundido a la ciudad y al mundo, se despacha a gusto con todo el santoral blanco, así se trate de campeones del mundo, de rutilantes estrellas mundiales o de la generación más memorable de la cantera madridista. Lo que ha asombrado a los aficionados en mayor medida es la variada panoplia de vejámenes que maneja con toda naturalidad el señor Pérez, desde «zoquete» y «anormal» hasta el castizo «tolili», pasando por términos más gruesos que no parece decoroso transcribir aquí. 

Por desdicha, habitamos en un país en el que el intercambio de insultos se ha convertido modernamente en una esgrima cotidiana en todos los ámbitos públicos, de la televisión a los estadios de fútbol, y donde la grosería más desconsiderada ha permeado incluso nuestras más altas instituciones, en las que solemnes representantes del pueblo se motejan entre sí de traidores, mediocres, ególatras y fascistas sin rebozo alguno.

Puestos en tal tesitura, uno rogaría al menos una pizca de sofisticación, y añora en ese punto los delirantes dicterios con que se denostaban los personajes de los tebeos de Mortadelo y Filemón, en los que destellan epítetos tan ingeniosos como «batracio», «burricalvo» y «percebe», o el elaborado repertorio del capitán Haddock, inseparable amigo de Tintín, que incluye hallazgos como «analfabeto diplomado», «anacoluto», «sietemesino con salsa tártara» y otros inspirados en la ciencia taxonómica, como «cercopiteco» y «brontosaurio». Y, enfangados como estamos en una sociedad en la que la injuria y las voces airadas han arrinconado a los argumentos, no deja de acordarse del niño protagonista de La lengua de las mariposas, quien, mientras los falangistas se llevan preso al maestro del pueblo entre los insultos de los vecinos, grita entre lágrimas a su viejo profesor las mágicas palabras que este le había enseñado: «¡Tilonorrinco! ¡Espiritrompa!».