Vladimir V. Laredo

Petisoperías

Vladimir V. Laredo


Aceras

10/02/2021

Y o no sé si a ustedes les pasaba, pero cuando comenzó todo esto de la pandemia, sobre todo durante el confinamiento, uno iba por la calle caminando y notaba cómo se apartaba la gente con la que se cruzaba por las aceras, como si una suerte de magnetismo inverso guiara nuestro día a día. La distancia social llevada al paroxismo, el que no valga no solo con no tocarse sino con ni siquiera acercarse. Esto ha sido, más o menos, el pan nuestro de cada día en este casi añito que llevamos con esta historia.
El caso es que mientras todos tratábamos de evitar el contacto con más o menos tacto han transcurrido unos meses que parecen años, y hemos pasado de observar el futuro como algo incierto a que las vacunas y sus tribulaciones hayan hecho que se vea una luz, tenue y titilante, pero luz, al fin y al cabo, al final del túnel. Y, a pesar de vivir en una Comunidad Autónoma de las que más aprietan en cuanto a horarios y cierres, parece que la mera existencia de las quiméricas vacunas ha hecho que esto del distanciarse se relaje un poquito. Ya es más común ver a gente sin guantes de plástico en los supermercados; cuando estás esperando a pagar en algún comercio ya vuelves a sentir la bolsa o el carro del siguiente golpeándote en el corvejón, inasequible al desaliento; las antiguas colas expandidas hasta el infinito y más allá porque entre cada uno de sus miembros había dos metros o más de distancia se han quedado en algo más parecido a ver a un grupo de bailarines bailando el cancán en el Folies Bergère. En fin, todo muy fetén.
Y volvemos con esto a las aceras. El otro día, caminando por la de la calle San Pablo, como siempre por mi derecha, me crucé con cuatro adolescentas que venían en batería como si fueran la cabeza de una manifestación negacionista, ocupando todo el espacio disponible. Viendo el percal, me fui acercando al bordillo para no colisionar. Veía el choque llegar cuando, estando casi a mi altura, la más cercana a mí hizo una floritura y se apartó. Y una vez que me rebasó, les dijo a sus amigas bien alto «Hay que ver, es que la gente ya ni se aparta». Mea culpa. Tenía razón. La próxima vez que me vea en esta situación, me lanzaré al asfalto, faltaría más. Todo sea por lo que sea.