Roberto Peral

Habas Contadas

Roberto Peral


Hacer tiempo

15/02/2021

Las chicas, en aquellos días felices en los que uno se iniciaba en las intrincadas artes del cortejo, siempre hacían tiempo en su casita para llegar deliberadamente tarde a las citas, y uno, tiritando en la puerta del cine y con dos entradas arrugadas por los nervios en el bolsillo del abrigo, se resignaba a perderse el comienzo de La ley de la calle, o de París, Texas, y acataba sin rebelarse la regla no escrita de un juego que tenía entonces por el más extraordinario del mundo. Entrenados en aquella curiosa educación sentimental, la verdad es que no se nos antoja hoy demasiado extraño que el Tribunal Supremo se demore más de un mes en resolver si la decisión de adelantar el toque de queda en Castilla y León a las ocho de la tarde excede o no las atribuciones legales de la Junta.
Uno se imagina a los magistrados de tan elevado tribunal con la toga extendida sobre la cama, sacando brillo a sus insignias y condecoraciones y comprobando que estén bien planchadas las puñetas que adornarán sus bocamangas, igual que aquellas muchachas de nuestro bachillerato pasaban revista delante del espejo a todo su fondo de armario sin considerar que el cine se había quedado ya a oscuras. Incluso ocurre que, cuando parecía que la alegación gubernamental se iba a resolver de una maldita vez, se nos informa de que el asunto se ha quedado de nuevo sobre la mesa, igual que la luz de nuestras entretelas se olvidaba el bolso y tenía que volver a casa cuando estaba ya a medio camino, así fuesen ya y veinte y uno estuviese en trance de devolver las entradas.
La broma, claro, no nos hace ya tanta gracia como entonces, porque no podemos evitar dolernos de que nos tomen por el pito de un sereno a propósito de una medida que atañe a nuestras libertades fundamentales, y nos acordamos del viejo Séneca cuando explicaba que nada se parece tanto a la injusticia como la justicia tardía, y nos maliciamos que, para cuando el Supremo tenga a bien decidirse, acaso a nadie importe ya quién demonios tenía la razón y andemos cantando el gorigori a unos bares que a lo peor acaban reclamándonos un lucro cesante de muchos ceros. Y es que, si de hacernos perder el tiempo se trata, uno prefiere seguir esperando a su adorada mitad, que al fin y al cabo en ello lleva ya casi veinticinco benditos años.