Jesús de la Gándara

La columnita

Jesús de la Gándara


Tiempo de covid

12/12/2020

El tiempo es una variable muy variable. Los médicos sabemos bien cómo cambia la percepción del tiempo de uno a otro lado de la mesa. De este, lo regula el refugio de la ciencia, de aquel la precariedad del sufrimiento. De acá se ejerce a ritmo acoplado al curso de las enfermedades y las pautas de los tratamientos, como un seguro carrillón que supiera acompasar la celeridad de la curación con la premura del desasosiego. Así, deberíamos regular el tempo de nuestra acción, siempre en alerta, nunca en alarma, imperturbables y ecuánimes ante la urgencia del dolor o la evidencia de la finitud.

Sin embargo, del otro lado de la mesa el tiempo es un caos. Tanto se acelera por la ansiedad, como se frena por la angustia. El miedo y la incertidumbre afectan a la oscilación del péndulo. Se alargan los días grises y las noches negras, se acortan las semanas pálidas y los meses azules. Se prolonga el ticcccc-taccccc que vela el insomnio, y se acorta el tictac de la lucidez. No hay suavidad ni sutileza en ese atómico reloj que arrasa la vida y alisa la muerte.

Pero ahora todos estamos en el lado difícil de la mesa. En alerta y en alarma. Nuestros relojes a veces marcan cansinos las horas del agotamiento y la desesperanza, y otras se aceleran inquietos con la inseguridad y el miedo. No hay mascarilla ni distancia que acompase el discurrir de horas, días, semanas, meses. Hasta las estaciones y las fiestas se han alisado inciertas. No hay manera de distinguir entre la asfixia del presente y el suspiro del futuro, y nos curamos las angustias del pasado con las ansiedades del porvenir. Pero mala receta es esa, disonante sinfonía que, más que curarnos, nos enferma de disonancia y desconcierto. 

¿Soluciones? Contra tanta disritmia siempre cabe el compás de la música: Cambiar el Reloj no marques las horas, porque voy a enloquecer…, por la Campana sobre campana… y el Ropo-pom-pón del tamborilero. También cabe la cadencia del amor, el que propicia los abrazos largos y los besos lentos, de sosiego, de cariño o de pasión. Y quizá quepa que el soniquete de las navidades despierte al Niño sabio, para que en vez de panes y peces, multiplique por millones las vacunas, y que todos volvamos a oír el carrillón la risa y el tic-tac la ilusión.