Fernán Labajo

Plaza Mayor

Fernán Labajo


Patapalo

19/08/2020

Cada año observo con tristeza cómo los helados de hielo van desapareciendo progresivamente de los carteles que dan la bienvenida a los bares. Este verano viajé a la costa mediterránea con la ilusión de encontrarme alguna reliquia del pasado, un polo compuesto de decénas de gramos de azúcar y edulcorante congelados. De esos que se quedan pegados al posarlos en la lengua. Pero ni siquiera en un territorio que siempre se ha resistido a superar las costumbres más horteras de los ochenta y noventa han sido capaces de evitar la conquista de los bombones de nata, chocolate, vainilla y almendras ‘gourmet’. 

Mi devoción por este manjar, probablemente el detonante de mi irritación crónica de garganta, me provoca un recuerdo muy sesgado de lo que significaban para la sociedad. En mi memoria los polos representan la punta de lanza de las marcas de helados. Eran sus cabezas de cartel, los que marcaban la diferencia entre elegir a unas o a otras. Bien es cierto que en su esencia no dejaban de ser todos un bloque de hielo aromatizado, pero siempre había algún detalle que les hacía distinguirse del resto de competidores. 

En este punto veo necesario hacer un inciso para recordar que los bares se jugaban su reputación a la hora de elegir su marca de helados. Miko, Frigo y Camy eran la Santísima Trinidad. Estaba también Menorquina, pero siempre rezumó cierto elitismo. Una vez te aficionabas a una ya no podías renunciar. Y la rivalidad era tremenda, sobre todo en los pueblos. Ningún establecimiento copiaba al otro. Querían distinguirse del resto. 

Yo siempre fui del Patapalo, de Miko. Básicamente porque era el único que tenía el sabor a Coca-Cola. Hubo incluso una vuelta de tuerca con el MikoCola, que tenía forma de lata y el envoltorio simulaba una anilla. Pero el polo era otra cosa.

La prueba más palpable de que en la sencillez está la perfección, la diferencia. El verano comenzaba con el primer mordisco al molde rectangular que hacía temblar las encías y el paladar. Era un momento tan fugaz que necesitabas vivirlo muchas veces al día. Los sibaritas del empalagoso Magnum nunca entenderán lo que significa ese chute fresco, ese relámpago que desafía al calor menos clemente.