Este año raro e inquietante hemos pasado del invierno al verano, dejando en el limbo del confinamiento una primavera que hemos visto desde la ventana. Ahora toca regresar a eso que antes nos parecía tan normal, esos pequeños detalles a los que no prestamos importancia y que vivíamos sin percatarnos de su relevancia. Momentos como un hilo que componen el tapiz de nuestra existencia, que no se aprecian en el conjunto pero que, si tiras de uno y le quitas entero, el diseño del tapiz pierde sentido y aparece un espacio vacío que resalta sobremanera.

Ahora vamos poco a poco recuperando esa imagen global del tapiz de nuestras vidas. Primero fueron la vuelta al trabajo, la apertura de las terrazas o la recuperación de los encuentros con familiares y amigos. Yo no fui testigo de esas imágenes sobreactuadas que vimos en medios de comunicación, pero les confieso que la primera vez que pude estar con mi madre sin una verja de por medio estaba nerviosa, como el que va a una cita importante, porque lo era, y mucho. Sin besos ni abrazos pero con mucho sentimiento en la mirada para ir recuperando el tiempo perdido.

Hemos vuelto también a disfrutar de unas atípicas vacaciones, de chancla y mascarilla, de crema solar y gel hidroalcohólico. Con responsabilidad, las vacaciones se disfrutan igual o mejor, créanme, porque no hay las aglomeraciones de otros veranos, lo que ayuda a mejorar la calidad de la desconexión buscada y deseada.

De lo que no podemos desconectar es de lo recuerdos de los meses pasados. Si los olvidamos, si nos comportamos como si nada hubiese pasado, el tapiz de nuestras vidas perderá más hilos. Vamos, estrenemos el verano de la mascarilla, la distancia social y la responsabilidad, ante todo.