Roberto Peral

Habas Contadas

Roberto Peral


Viejas Glorias

20/07/2020

Si a usted un día le da por preguntar en algún cenáculo político para qué diantre sirve el Senado y le ven cara de primo, a buen seguro alguien se aprestará a explicarle en grave tono didáctico que se trata de la instancia parlamentaria que alberga la representación territorial del Estado y se encarga también de poner en marcha el procedimiento legislativo. No crea una sola palabra: si da con un alma sincera, esta le confiará que desde tiempos inmemoriales la Cámara Alta sirve casi exclusivamente para retirar honorablemente a líderes políticos amortizados por los electores o purgados por sus propios partidos, a quienes se les ofrece un destino plácido y una soldada mensual de seis mil euritos a condición de que abandonen la ciudad que un día gobernaron.
En tal cementerio de elefantes se ha acomodado el exalcalde de nuestro suelo bendito Javier Lacalle, después de que el PP le reservara el año pasado un asiento en Madrid ante la perspectiva más que probable de que perdiera las elecciones municipales. Tras un año en el que ha practicado una oposición áspera y poco convincente, Lacalle ha renunciado esta semana a su acta de concejal y se dedicará exclusivamente a sus obligaciones de senador, que, dicho sea con franqueza, tampoco es que lo vayan a dejar exhausto. Parece, en cualquier caso, la despedida definitiva de la escena municipal burgalesa de un político peculiar, con una acusada inclinación a la demagogia y cuyo legado oscila entre la culminación del bulevar ferroviario que ha cambiado la configuración de la ciudad y la espantosa gestión, tan arrogante en un primer momento como medrosa después, de los disturbios de Gamonal de 2014.
Quizá sea usted de los que todavía se preguntan por qué un político tan significado como Lacalle puede abandonar, sin dar mayores explicaciones y sin que sus votantes monten en cólera, la lista que el PP cerró a cal y canto para presentarse a las elecciones hace apenas unos meses. No se preocupe demasiado: resulta saludable conservar cierta capacidad de escandalizarse, y al fin y al cabo de ingenuos todos tenemos algo: figúrese que los hay incluso que siguen convencidos de que el Senado es algo más que un club social para viejas glorias.