Llevo como una semana actualizando cada veinte minutos la página del Sacyl, a ver por qué año van. Calculo: si este fin de semana convocan a los del 67 y 68, y durante la semana han llamado a otros tres años, me podría tocar… ¿en diez días? O quince, dependiendo de cuántas dosis traigan. Actualizo otra vez. Pienso en si en el Sacyl habrán consultado la estadística de visitas de su web. Ese sí que sería un buen emplazamiento publicitario, teniendo en cuenta que, por lo menos en Castilla y León, es la única manera que tenemos de enterarnos de si nos toca ya pinchazo. Que sí, que los medios informamos. Y las redes sociales. Y la vecina del quinto, que está al tanto de todo. Pero como método de aviso no me negarán que es un aprobado raspado. Que en otros sitios -los Madriles, sin ir más lejos- le avisan a una, por lo menos, con un sms. Refresco de nuevo la página. 
Mientras, intento calcular a qué hora es mejor poner el lavavajillas que estoy a punto de llenar. Mucha broma con lo de planchar de madrugada para ahorrar electricidad, pero yo tenía encargada una lubina para hacerla al horno, y a ver quién se espera a cenar a la una de la mañana para aprovechar los tramos menos caros. Actualizo la página del Sacyl. Nada todavía. Abro otra pestaña y busco una web de esas de reservas de hoteles, cuyo tráfico habrá crecido también lo suyo desde que alguien mencionó la expresión inmunidad de grupo, aunque aún queden meses para conseguirla.
Ya lo apuntaba el presidente de la CEOE esta semana en Burgos: los españoles tenemos ganas de salir, pero la recuperación económica no depende sólo de eso; está directamente relacionada con el avance en la vacunación. Y muchos de los trabajos ligados a esas ganas de gastar que tenemos aún no podrán recobrar su actividad normal (la de antes) hasta que tengan garantizada la salud de sus clientes. Voy a refrescar ahora la página, que no quiero que se me queme la lubina. A ver por qué año van ahora.