Rosalía Santaolalla

Sin entrar en detalles

Rosalía Santaolalla


El bar

16/02/2024

«Ponme un cancarrio». Elena, llamémosla así, no necesita más explicaciones y sirve un cubata en un vaso de tubo de esos que ya no se ven casi en ningún sitio. Y al resto de clientes no le hace falta ni abrir la boca para que les ponga sus consumiciones. Es la costumbre en las partidas de los sábados o en el vermú del domingo: raro es que al local -que solo se distingue del resto de las casas por un escueto 'bar' pintado en la fachada- entre alguna persona más que las habituales. Y eso el fin de semana, porque el panorama entre semana y sobre todo en invierno puede ser desolador. En verano es otra cosa. Con las cuadrillas hay que llenar más a menudo la cámara con botellines. Y las chuches tienen salida después de la hora de la siesta. Pero a ver quién puede sostener un negocio de hostelería con una docena de parroquianos fijos los fines de semana, los dos meses de verano completos y, con un poco de suerte, la fiesta del patrón. 

La Diputación Provincial ha anunciado que abrirá una línea de ayudas a los bares de pueblo para que no cierren, porque es evidente que son sitios básicos para la vida social de los lugares que más sufren la despoblación. Pero da la impresión de que harán falta más iniciativas para romper el silencio diario de las localidades más pequeñas de la provincia, si es que eso se puede conseguir. Son muchos años de inercia: el instituto, el supermercado, el centro de salud y en muchos, muchos casos, el empleo está en pueblos más grandes o en las ciudades, y es complicado que las familias permanezcan viviendo en un pueblo pequeñito cuando algo tan básico para la vida diaria actual como disponer de fibra óptica puede convertirse en una empresa más complicada que los doce trabajos de Hércules, incluso estando al lado de uno que sí tiene conexión. Pero sí, es verdad que pocas cosas hay más tristes que cuando cierra el único bar de un pueblo.