Rosalía Santaolalla

Sin entrar en detalles

Rosalía Santaolalla


Trincheras

14/07/2022

No recuerdo quién decía aquello de que las comedias románticas tenían la culpa de sus altas expectativas en el amor. Por las mismas, quien solo haya visto series de Aaron Sorkin puede pensar que en las redacciones se producen todos los días intensos debates deontológicos. O igual el que enciende la tele y se tira el día de tertulia en tertulia piensa que todos los periodistas nos dedicamos a opinar sobre todo, desde vulcanología hasta conflictos internacionales, pasando de la política doméstica al concurso de Eurovisión sin necesidad de pausa publicitaria.

En las conversaciones de bar de polígono, que diría Luz Sánchez-Mellado, lo mismo escuchas que el periodismo ha perdido su influencia que todo lo contrario. Y al lado, una plumilla apura el cortado, escucha y calla, pensando en que ese día le toca cubrir tres ruedas de prensa, transcribir una entrevista y quedar con esa asociación de vecinos que le va a contar los problemas del barrio y claro, con eso, le va a quedar poco tiempo para conspirar contra algún partido.

O puede que su jefe la mande a desgastar calle a un pueblo donde un tipo ha matado a dos personas y se ha atrincherado antes de entregarse y algunos vecinos la tomen con ella, o con una compañera y tenga que salir a defenderla. Y esos mismos que intentan lincharla serán los primeros que recurran a un periodista si les toca reclamar la mejora de una carretera o para quejarse de la desatención de su Ayuntamiento. O que busquen la noticia en cualquier medio cuando el suceso es en el pueblo de al lado. 

Puede que cuente noticias incómodas o que, además de contar noticias, escriba artículos de opinión, y haya quien no sepa que existen los géneros periodísticos y decida que sus informaciones no son honestas porque no le gusta lo que opina. Y es más que probable que se lo haga saber a sus jefes antes que a ella. Y miles de plumillas como ella ven, de vez en cuando, cómo les asocian en guerras de poder que no son las suyas. Como si no tuvieran sus propias trincheras.