Guillermo Arce

Plaza Mayor

Guillermo Arce


Campos de Castilla

12/05/2022

Coincidirán conmigo en que no hay estampa más bonita que los campos de cereal naciente de estos primeros días de mayo. Cientos y cientos de hectáreas cubiertas por un verdor explosivo y fresco, mecidas por la brisa cálida de la primavera. Solo queda abrir los brazos, respirar muy profundo y disfrutar de un momento de paz, armonía y vida que solo se reserva a unos pocos días cada año.  

Contemplaba esta imagen idílica el otro día en la televisión y, por un momento, creí que eran campos muy cercanos, los de La Bureba, el Pisuerga o el Arlanzón (da igual, todos están espléndidos ahora). Pero en la línea del horizonte que dibujaban el cereal y el azul del cielo emergió encabritado un carro de combate. Era imposible camuflar su verde militar entre aquella inmensidad de brotes de trigo. Avanzaba la máquina nerviosa, sin respetar ni veredas ni caminos, destrozando los sembrados con sus enormes orugas, buscando -quizá- el refugio de una linde en la que prosperaban unos pocos árboles. 

Maniobró el carro desesperado, levantando tierra, sembrados y una enorme cantidad de humo de sus motores. Buscaba una salida por donde continuar su marcha y, en ese preciso instante de indecisión, paró máquinas, cesó el ruido y la primavera volvió ocupar el lugar que le había usurpado la guerra.

Yo no lo vi en la pantalla y estoy seguro que sus tres ocupantes tampoco. Fue una gigantesca llamarada, tan potente que eclipsó por instantes el sol y lanzó por los aires varias toneladas desbaratadas del ingenio militar. Dicen que es una muerte instantánea, fulminante y atronadora, aunque ser consciente de este final debe ser terrible para un joven soldado, quién sabe si agricultor en su vida civil. 

Lo vi en televisión y creí por un momento que era Burgos. Dicen que la primavera en Ucrania es espléndida como en Castilla, pero este año huele a cadáveres quemados.